A Juana Y***

Ya doce años trascurrieron,
oh Juana, desde aquel día
en que contempló la tarde
nuestra última despedida.
Y desde entonces, morando
en tan apartados climas,
de ti no logro mi oído
la más remota noticia.
En vano, en vano a tu patria
voló mi palabra escrita
que a tus bellísimas manos
sin duda no llegaría:
que un corazón como el tuyo
nunca la amistad olvida,
ni vencen tiempo y distancia
el afecto que nos liga.
Yo sin cesar te recuerdo,
y sin cesar imagina
mi amistad cual es la suerte
que te cabe, fausta o mísera.
¿Vives triste y solitaria
cual te dejó mi partida
y la muerte de tu madre
lloras, Juana, todavía?
¡Ah! ¡cuán comprendo ahora
tu congoja por la mía!
yo también perdí a mi madre:
llora ¡oh Juana! mi desdicha.
Esa madre de quien tanto
te hablé siempre, cara amiga;
esa madre idolatrada,
mi consuelo y mi alegría,
el modelo de las madres,
el respeto de la envidia,
ya es tan sólo ¡oh desventura!
un puñado de ceniza.
Yo la vi rendirse al peso
de su dolencia prolija,
y mis ojos presenciaron
su lentísima agonía.
Por la mano de la muerte
vi cerradas las pupilas,
astros de mi negro cielo,
soles de mi noche fría:
yo vi mudo el dulce labio
cuya fúlgida sonrisa
era el iris que del alma
las tormentas despedía:
¡yo vi inmóviles los brazos
que mi cuello y sien ceñían
con dulcísimas cadenas
de abrazos y de caricias!
¡Ah! ¡jamás sospechar pude
que abriera tan honda herida
en humano débil pecho
del dolor la espada impía!
¡Ni siquiera cuando en Cádiz
yo te vi en la pena misma
a tu madre lamentando,
o modelo de las hijas!
Cierto; al ver el largo llanto
que bañaba tu mejilla
y al oír los hondos ayes
que del alma te salían,
hasta el alma me llegaban
tu dolor y tus fatigas,
y tremenda reputaba
cual ninguna tu desdicha.
Pues bien, Juana, ni aún entonces,
más me condolías,
la mitad calcular pude
de esa congoja infinita:
pasar es fuerza por ella
para poder concebirla:
es el duelo más tremendo
de los duelos de la vida.
Aún hoy tú a tu madre lloras
que yo a mi madre querida
habré de llorarla siempre
cual la lloré el primer día:
para dolor tan inmenso
vana es del tiempo la huida,
ni dan los años el bálsamo
que esa llaga cicatriza.
Un solo consuelo cabe,
y es la promesa bendita
de la esperanza dichosa
que un nuevo mundo nos brinda:
mundo que junte por siempre
cuanto la tierra partía,
donde halle el hijo a la madre
y halle el amigo a la amiga:
jardín de flores eternas
y de rosas sin espinas,
sereno mar sin tormentas,
cielo sin nubes sombrías.
Allí hallarás a tu madre,
allí encontraré a la mía,
de eterna beldad ornadas,
de luz perenne vestidas:
y ellas en dulces coloquios
y en amante compañía,
cual los hijos en la tierra,
serán en el cielo amigas.
Allí nos veremos, Juana,
tras ausencia tan prolija:
¿Qué importa que tantos mares
en el mundo nos dividan?
¡Ah! ¿Qué importa que nos prendan
a ti Cádiz, a mí Lima,
si una y otra finalmente
son moradas fugitivas,
y si a entrambos nos espera
la ciudad santa y divina,
eterna mansión que ignora
ausencias y despedidas?

(1871)

Collection: 
1855

More from Poet

Cuando doblen las campanas,
no preguntes quien, murió:
quien, de tus brazos distante,
¿quién puede ser sino yo?

Harto tiempo, bellísima ingrata,
sin deberte ni en sombra favores,
padecí tus crüeles rigores
y lloré como débil mujer;
ya me rinde el...

I

Iba la más oscura taciturna
y triste Hora nocturna
moviendo el tardo soñoliento vuelo
por el dormido cielo,
cuando, dejando mi alma
en brazos del hermano de la Muerte
a su cansado compañero inerte,
libre de su cadena,
voló a su patria...

¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
En ti se apaga el huracán humano,
cual muere al pie de las tranquilos puertos
el estruendo y furor del océano.
Tú el sólo asilo de los hombres eres
donde olviden del hado los rigores,
sus ansias, sus dolores, sus placeres...

Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
...

No os asombréis tanto, no,
si en la templanza que muestro
tan otro de mí soy yo;
un sueño ha sido el maestro
que tal cambio me enseñó.
Temo, fiel a su lección,
que, cuando más la altivez
levante mi corazón,
me he de encontrar otra vez
en mi...