Isidora

PRIMERA PARTE La Isidora regordeta se va a embarcar al Buseo: ¡vieran con qué zarandeo va arrastrando una chancleta! Que lleva un pie desocao de resultas de un fandango, en que le rompió el changango en la cabeza a un soldao; Y en esa noche con Brun bailando la refalosa, anduvo poco mañosa queriendo hacerle el betún. Sabrán que esta moza al fin, no es porteña, es arroyera, pitadora y guitarrera y cantora del Tin tin. Que vino de la otra banda junto con los invasores, y que sabe hacer primores por todas partes donde anda; Y que hace mucho papel como güeña federala, pues se refriega en su sala con la hija de Juan Manuel. En fin, dicen que esta dama del Miguelete se aleja, y a mis paisanas les deja los recuerdos de su fama. También dicen de que al borde ha estado de perecer, y se quiere reponer porque ha perdido el engorde Pues no le asientan los pastos, y luego con la escasez que hay por ajuera, esta vez se ha fundido en hacer gastos. Así es que bien trasijada se retira la infeliz, echando por la nariz como suero de cuajada. Un ojo le lagrimea, del aire, dice Garvizo; que para él es un hechizo otro que le centellea. El Andaluz se hace almiba por agradar a Isidora, que es muchacha seguidora y nunca se muestra esquiva. Así es que a la despedida la acompaña una patrulla, marchando sir, hacer bulla come gente dolorida. Pero la Isidora marcha sin demostrar sentimiento, con un semblante contento y más fresca que la escarcha. Lleva el rebozo terciao, airoso, a lo mazorquera, y en la frente de testera luce un moño colorao. Marcha con aire gitano, y una mano en la cadera, que sacude sandunguera con un garbo soberano. Para lucir los encajes, viste a media pantorilla un vestido de lanilla colorao y sin follajes. Ella no gasta bolsita como gasta una pueblera; pero carga una jueguera y también su barajita. Todo el cortejo se empeña en complacerla al partir, pero ella se quiere dir y a todo bicho desdeña. Casi se cai de barriga el cirujano, en mala hora se le clavó a la Isidora el cuchillo de la liga... Que lo levanta el galán trompezando, y cariñoso se lo presenta gustoso a la prenda de su afán. La Isidora lo recibe, y exclama: - ¡Cristo me valga! antes perdiera una nalga que no esta prenda de Oribe. Con la cual he de volver y a todas las unitarias, de balde han de ser plegarias, yo las he de componer. ¿Ha visto, dotor tuertero, estas zonzas de orientalas, que a todas las federalas nos tratan como a carnero? Esas mesmas que ahi están faroliando en el Cerrito, y haciéndole asco al moñito, no sé lo que pensarán. Pues mire, ¡a fe de Isidora, me voy con sangre en el ojo! y, he de volver por antojo con mi comadre Melchora; Y a toda la que se piensa que me ha de andar con diretes, le he de cruzar los cachetes y le he de cortar la trenza. ¡Moño grande! que se vea, se han de poner a la juerza: y a la que medio se tuerza se lo he de pegar con brea. ¡Caray! si me da una rabia el ver que a mí ¡a la Isidora! quieran ganarle a señora porque tienen mejor labia. ¡Y porque gastan corsé, y gorras a la francesa, ni levantan la cabeza a saludar! -Ya se ve... Aun no están acostumbradas a la mazorca y tin tin, pero de todas, al fin, me he de reír a carcajadas. Deje nomás que entre Oribe y tome a Montevideo, que hemos de tener bureo como Rosas me lo escribe. Conque ansina, dotorcito, a todas digamelés, que he de volver otra vez, ¡que me anden con cuidadito! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En esta conversación hasta la playa llegaron, y en el momento mandaron los rosines un lanchón. Era preciso llevarla cargada para embarcarse, por no dejarla mojarse, que eso podía resfriarla. Entonces de la cadera se la prendió el Andaluz, y ella le gritó: ¡Jesús! ¡No me ruempa la pollera! Con todo se la echó al hombro, y hasta el lanchón la llevó; y al dejarla suspiró el tal Garvizo, ¡qué asombro! Conque ansina desde ahora es bueno que se prevengan, y las orientalas tengan ¡cuidado con la Isidora! SEGUNDA PARTE Por un duende que ha venido y que estuvo en lo de Rosas, ésta y otras muchas cosas diz que Anastasio ha sabido; Porque me escribe el Chileno, con respeuto a la Isidora, de que tuvo la señora un viaje pronto y muy güeno; Pues la tarde del embarque alzó moño la Palmar, y a Güenos Aires fue a dar con la Arroyera y su charque. Y con viento rigular amaneció la Boleta, frente de la Recoleta aonde empezó a sujetar. Por supuesto, en la cruzada, la muchacha se almareó, y cuasi, cuasi largó la panza y la riñonada. Pero le dieron giniebra que cura la indigestión; y diz que sopló el porrón, y se lo limpió de una hebra. Luego le ofrecieron té; pero ella dijo: -No quiero ningún remedio extranjero, como no sea el culé... O mate de manzanilla junto con flor de mosqueta, que cuando estoy indigesta ¡me asienta a la maravilla! Quién sabe al fin si tomó a bordo esa medicina; pero luego en la cocina de golpe se amejoró: Comiéndose allí una tripa que le brindó el cocinero, con más de medio carnero y de galleta una tipa. Últimamente llegaron hasta dentro con el barco, y en lo más hondo del charco a soga larga lo ataron. Y al echar un bote al río le dijeron a Isidora: Venga a embarcarse, señora, con su petaca y su avío. Mesmamente la embarcaron en la culata del bote, y más ligero que al trote hasta la orilla llegaron. De allí la montó a babucha un marinero fornido, que llegó a tierra rendido y soltó a la camilucha: Cuando llegó un adecán flauchoncito y muy viejazo, que al soltarle ella un abrazo, le dijo: ¡Che, Corbalán! ¿Cómo estás? ¿Y Juan Manuel? ¿siempre con salú? contáme, o más bien acompañáme, voy a platicar con él. ¡Isidora de mi vida! díjole el viejo moquiando; ¡pues no! vamos disparando y que sea bien venida. Y ya también la sacó de bracete acollarada; que salió medio trabada desde el punto en que partió. ¡Qué de noticias traerás -le dijo- de esos parajes! Y ¿se aguantan los salvajes Rivera y el manco Paz? Nada te puedo contar ahora, dijo la Arroyera, pues se me anda la vedera y ya me voy por echar. Apuráte por favor: vamos ligero, viejito, y lleguemos, hermanito, a lo del Restaurador. Llegó la yunta, y adentro, en la puerta de la sala ya tuvo la federala su primer feliz encuentro. Pues salió la Manuelita, y en cuanto la divisó; luego vino y se abrazó de firme con su amiguita, Queriéndola comer con los besos que le dio, hasta que le preguntó: -¿De dónde salís, mujer? ¡Mirá que sos una ingrata! pues ni de mí te acordás queriéndote mucho más que lo que me quiere tata. -Salí, porteña pintora, federala zalamera; que si yo no te quisiera, velay, ¡dijo la Isidora!... No te trujera esta lonja que le he sacao a un francés, para vos, ahi la tenés: esto es querer, no lisonja. Ansí es que me acuerdo yo, tomá, y dejáte de quejas; juntalá con las orejas que Oribe te regaló. -Ya no las tengo, hermanita, le respondió la pichona pues como eran cosa mona se las regalé a tatita. Ahora mesmo las verás en su cuarto, adonde tiene todo lo que lo entretiene: vení, mujer, te reirás. Entonces se despidió Corbalán de Isidorita: que a un tirón de Manuelita para el cuarto cabrestió. Se colaron, ¡Virgen Santa! en ese cuarto que espanta de pensar que vive en él el tirano Juan Manuel, restaurador de las leyes, entre jeringas y fuelles, puñales, vergas, limetas, armas, serruchos, gacetas, bolas, lazos maniadores y otra porción de primores; pues lo primero que vió Isidora en cuanto entró, fue un cartel, con grandes letras sobre él, y una manea colgada de una lonja bien granada: y el letrero decía así: "¡Esta es del cuero del traidor Berón de Astrada! lonja que le fue sacada por unitario salvaje, en el paraje del Pago Largo afamado, donde fue descuartizado!" -Con razón: por malvao y salvajón, dijo la recién venida. Y en seguida, miró encima de una mesa, y entre un nicho, una cabeza cortada, y con la lengua apretada mordida, y la vista ennegrecida y con rastros de llorosa. Al pie tenía una losa escrita, y decía así: " Zelarrayán Los salvajes temblarán cuando se acuerden de ti". ¿Pues no? la Arroyera dijo: y vio ahi nomás, en seguidita, colgada en una estaquita una cola o cabellera: y al preguntar de quién era pudo ver sobre un papel esta letra: "¡De Marciel! Esta es la barba y bigote, que con lonja del cogote le manda al Restaurador: Oribe, su servidor". - ¡Qué bonito, dijo Isidora, el versito! Y agarró un puñal, que reparó en diez o doce que había, que sobre el cabo tenía en la chapa este letrero: "Yo soy el verdadero recuerdo en homenaje del infame salvaje Manuel Vicente Maza. Si salgo de esta casa, ¡tiemble algún Presidente que no sea obediente, y, altanero se oponga, cuando Rosas disponga!". -¡Qué receta para Oribe, dijo Isidora, que vive sirviéndole a Juan Manuel, y queriendo hacer papel de Presidente legal, cuando en la Banda Oriental tan sólo el restaurador debe ser amo y señor, aunque el diablo se sacuda las orejas!... ¡Ah, mujer! hacéme al momento ver las de Borda: ¿dónde están? ¿Qué sequitas no estarán? Entonces la Manuelita las sacó de una cajita, y cuando se las mostró, la gaucha las escupió, y pensó hacer otras cosas: pero en esto dentró Rosas en camisa y calzoncillos golpiándose los tobillos, con la cabeza amarrada, una cara endemoniada, y en la cintura una verga. Tendió en el suelo una jerga, puso al lado una botella, y se acostó cerca de ella sin soltar una expresión... y cuál fue la confusión de Isidora y Manuelita al sentir que su tatita redepente dio un bramido como tigre enfurecido, y echando espuma se alzó, y estas palabras soltó: "¡En la Horqueta del Rosario! ¡Flores, salvaje unitario! ¡Núñez, salvaje traidor!... Entonces le dio un temblor, y rechinando los dientes, y con gestos diferentes: "¡Asesina!" le gritó a Isidora; y la mandó degollar con sus soldaos, que acudieron asustaos. Cayó entonces desmayada la Arroyera, y arrastrada fue por dos indios; y al rato degollada como un pato. Cuando la iban a matar, Manuela se echó a llorar a los pies de Juan Manuel, suplicándole, pero él dijo: "¡Muera la ovejona! pues, si no, sale y pregona, que ya tengo convulsiones, de ver que los salvajones, se lo limpian a Alderete; y después, que lo sujete el demonio al Pardejón, que viene, y en un cañón de taco me hace meter, y ahí nomás lo hace prender; cosa que en cuanto reviente ¡a los infiernos me avente donde con vergas y fuelles vaya a restaurar las leyes!... Luego pidió una botella de bebida, y se arrimó a Isidora; la miró, y de ahí se sentó sobre ella. ¡Fría estaba y desangrada! Pero Rosas, con todo eso, se agachó, le pegó un beso, y largó una carcajada. Luego acabó de beber muy ufano, y se paró, y a los indios les gritó: "Saquen de aquí esta mujer; llevenlá a la sepultura; vamos, prontito, al instante, y que venga y la levante el carro de la basura". Ansí la triste Arroyera un fin funesto ha tenido, sin valerle el haber sido federala y mazorquera.

Collection: 
1827

More from Poet

  • Martín ¡Amigo! De aquella loma que atrás del monte se ve, apenas lo devisé, dije: aquel mozo que asoma se me hace por la presencia ser el paisano Lucero; y felizmente, aparcero, me ha salido... Lucero A la evidencia: porque como nunca juyo de esta causa en el afán; y como dice un refrán, en un...

  • Mirá, gaucho salvajón, que no pierdo la esperanza, y no es chanza, de hacerte probar qué cosa es Tin tin y Refalosa. Ahora te diré cómo es: escuchá y no te asustés; que para ustedes es canto más triste que un viernes santo. Unitario que agarramos lo estiramos; o paradito nomás, por atrás, lo...

  • Hoy hará una trasnochada apretando el imprentero, y allá al rayar el lucero piensa acabar mi versada. Siendo ansí, a la madrugada le echaré en la población; pero antes hago intención (se lo alvierto por si acaso) de ir a pegarle un albazo llevándosela, patrón. Por ahora voy a largar solamente el...

  • PRIMERA PARTE La Isidora regordeta se va a embarcar al Buseo: ¡vieran con qué zarandeo va arrastrando una chancleta! Que lleva un pie desocao de resultas de un fandango, en que le rompió el changango en la cabeza a un soldao; Y en esa noche con Brun bailando la refalosa, anduvo poco mañosa...