Amada, estoy alegre: ya no siento
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.
Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar tus altiveces!
Ven a oir. Abandona la ventana...
Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras,
para el dolor, como las de una hermana,
y sólo para mí suelen ser duras!
¡Manos de siempre compasiva y buena,
yo tengo todo un sol para que alumbres
ese olímpico rostro de azucena
hecho de palidez y pesadumbres!
Hoy soy así. Soy un poeta loco
que ve su dicha de tus tedios presa...
¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco
de champán en la música francesa!
No quiero verte triste. De tu cara
borra ese esguince de pesar cansino...
¡Hoy yo quiero vivir... ¡Qué cosa rara,
hoy tengo el corazón lleno de vino!