¡Salve, alegre, genial Primavera, Que esperanzas derramas doquiera Y coronas los prados en flor! Ved cuál bulle y fermenta la vida, Y al deleite natura convida Con su oculta, tiránica voz. Ya resuena la mística orgía, Que otro tiempo las cumbres hería Del heleno, feraz Citerón. La Bacante su peplo desciñe Que dos veces en púrpura tiñe La fenicia opulenta Sidón. Tibia noche sus sombras extiende, A la cumbre la virgen asciende, Y ya el báquico tirso empuñó. Cubre piel de pantera su espalda, Y el ardor de sus venas rescalda La resina que el pino sudó. Aquel dios que domaba a Penteo Y a Licurgo, sacrílego reo, En su pecho domina feroz. ¡Ay de aquél que perturbe la fiesta, O penetre con planta inhonesta El recinto sagrado del dios! Él entrega los miembros humanos De la Ménade loca a las manos, Cuando hierve el sagrado furor. Escuchad esos trinos suaves; Es el ave que cuenta a las aves Los sagrados misterios de amor. Y la fuente los dice a la fuente, Y la linfa fugaz del torrente Precipita su manso rumor. Con su trémula luz las estrellas Por el cielo persiguen las huellas Del triunfante y fugaz Hyperión. En su hoguera otros soles se inflaman, Y a otros mundos su lumbre derraman En abrazo insaciable de amor. ¡Eros, salve! En los cielos imperas, Obligando a rodar las esferas En eterno y armónico son. Coronemos de rosas la frente, Que mañana la aurora riente Deshojadas verá y sin olor. En las copas el vino de Samos, Y el escolio inmortal repitamos Que las fiestas de Jonia alegró.
Himno a Dionysos
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