Bástete ¡oh Francia! la atronante gloria
Con que llenó tus ámbitos el hombre;
Bástete ver en inmortal historia
Unido al tuyo su preclaro nombre.
Bástete la memoria
De aquellos grandes días
En que a su voz la Europa estremecías,
Y deja al mundo ese sepulcro austero
Donde el hado severo
Guarda al gigante de ambición y orgullo,
Entre esas peñas áridas y solas;
Mientras el mar -con turbulento arrullo-
Quiebra a sus pies las espumantes olas.
¡Déjale allí! Sin comitiva, aislado
Duerma en su roca solitaria y fría
El rey sin dinastía...
No en panteón estrecho sepultado,
De París oiga el bacanal rüido,
Entre vulgares reyes confundido.
¡Déjale, que supuesto es Santa Elena!
Los nombres poderosos
De Wagram, de Austerliz, Marengo y Jena
No volverán los ecos silenciosos,
La paz turbando de la tosca tumba,
A que no presta con sus alas sombra
El águila imperial, ni el hueco bronce
Por saludarla omnívomo retumba
Pero allí el mundo mírala, y se asombra
Del misterio que muda le revela;
Pues el fantasma inmenso,
Que entre cielo y abismo allí suspenso
Cumple quizás designios soberanos,
Es de la humana historia un monumento,
Que a pueblos y a tiranos
Dé alta lección, terrífico escarmiento!