En la agonía de J. M. H.

Todo te cubre de la muerte el hielo:
vanos ya los esfuerzos son del arte
de médicos humanos, y salvarte
sólo pudiera el Médico del cielo.
Conozco en el instante de perderte,
cuánto a ti estaba mi existencia unida,
y el amor que durmiendo estaba en vida
se despierta ardoroso con tu muerte.
Pronto, rotas del cuerpo las lazadas,
y libre de lo vano y aparente,
cuanto hoy ignoras brillará patente
de tu alma a las clarísimas miradas.
Y contemplando sin disfraz la mía,
verás de culpas y flaquezas llena
esa alma que tan pura y noble y buena
imaginabas con error un día.
Y el amor y alta estima y el respeto
que me profesas y en tu error se funda
se trocarán en compasión profunda,
cuando penetres mi fatal secreto.
A Aquel entonces que las almas sana
ruega que pio sane mi alma enferma,
porque, cuando en la tumba el cuerpo duerma,
vuele aquella a la gloria soberana;
y que no sean en mi daño eternos
estos tristes adioses que te digo,
sino que allá en el cielo, dulce amigo,
ledos volvamos algún día a vernos.

(1865)

Collection: 
1855

More from Poet

Cuando doblen las campanas,
no preguntes quien, murió:
quien, de tus brazos distante,
¿quién puede ser sino yo?

Harto tiempo, bellísima ingrata,
sin deberte ni en sombra favores,
padecí tus crüeles rigores
y lloré como débil mujer;
ya me rinde el...

I

Iba la más oscura taciturna
y triste Hora nocturna
moviendo el tardo soñoliento vuelo
por el dormido cielo,
cuando, dejando mi alma
en brazos del hermano de la Muerte
a su cansado compañero inerte,
libre de su cadena,
voló a su patria...

¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
En ti se apaga el huracán humano,
cual muere al pie de las tranquilos puertos
el estruendo y furor del océano.
Tú el sólo asilo de los hombres eres
donde olviden del hado los rigores,
sus ansias, sus dolores, sus placeres...

Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
...

No os asombréis tanto, no,
si en la templanza que muestro
tan otro de mí soy yo;
un sueño ha sido el maestro
que tal cambio me enseñó.
Temo, fiel a su lección,
que, cuando más la altivez
levante mi corazón,
me he de encontrar otra vez
en mi...