¿Y he de mezclar un eco á los acentos
Del bardo que te canta,
Adunando á sus plácidos concentos
La indiferente voz de mi garganta,
Que vaga en alas de lejanos vientos?
¿Qué te importa el gemir de otros cantores,
Ni que al són de la cítara armoniosa
Te cuenten con ternura sus amores,
Ó que á tus piés depongan
Ricas coronas de exquisitas flores?
¿Qué le importa á la tórtola escondida
El canto de otras aves,
Si en la copa del álamo sombrío,
A su dulce reclamo,
Con notas como el céfiro suaves,
Responderá su adorador: «bien mío,
Velo por tí, te amo?»
¿Qué importa al ave que entre mirtos posa
Al lado del que ama,
Ni el rumor de la brisa dulce y lento,
Ni la canción más grata y melodiosa
Si ya eligió para su amor la rama,
Lecho feliz, apetecible asiento?
En vano asoma por el rico Oriente
La aurora con sus tibios resplandores,
Dando toques de nácar refulgente,
Ó vistiendo el espacio de colores
De cambiantes sin fin; en vano el río
Más raudo y más sonoro
Prodiga esos murmullos, dulces, vagos,
Cual plácidos halagos
A los amantes corazones tiernos;
En vano la sin par naturaleza,
Fecunda en galas, regia y esplendente
Se ostenta en su pureza
Inundada de luz resplandeciente;
Que si al sensible pecho enamorado
Falta el aliento de su bien querido,
Todo al través de un velo,
Ante su inquieta vista destendido,
Lo ve pasar en su tenaz empeño
Cual las visiones de agitado sueño:
La tierra, el mar, el horizonte, el cielo.
Perdona, pues, que en medio de tu calma
Arranque de mi lira,
Al comprender la inspiración del alma,
La ardiente trova que tu sér me inspira.
Yo bien sé que este canto
Es el gemir del ave extraña y sola,
Es el acento triste, aunque ferviente,
Que la tórtola escucha indiferente
En las ramas del álamo sombrío;
Mas comprende también que solo anhelo
Que desplegado ante tu vista el velo,
Todo en redor lo mira
Risueño, encantador sobre la rama
Que ha elegido el poeta que te ama,
Lecho feliz bajo el dosel del cielo.