En Cádiz

Cuando el sol, al ocaso ya vecino,
alumbra el mundo con fulgor incierto,
mis pasos solitarios encamino
al vasto muro del hercúleo puerto;
que, triste e ignorado peregrino,
en Cádiz vivo como en un desierto,
y de la ausencia la aflicción no engaña
ciudad tan bella de la bella España,
Y el codo en la muralla y en la palma
la faz, mirando el océano inmenso,
que ya sus ondas y murmullos calma,
en patria y madre enternecido pienso;
y traspasando arrebatada el alma
del postrer horizonte el velo denso,
vuela al suelo natal, y con la mente
a mi dulce familia estoy presente.
Al contemplarte, Atlántico océano,
mas el amante corazón extraña
las dulces playas del Perú lejano;
que, aunque el mar tú no seas que las baña,
eres al menos mar americano,
y senda me será tu azul campaña
para tornar a su adorado seno
por el que lloro y sin descanso peno.
Y no miro jamás rápida vela
Tus ondas navegar hacia occidente,
Que no imagine que a los puertos vuela
del dulce suelo que suspiro ausente:
copioso llanto mis miradas vela,
y envidia tengo a la dichosa gente
que a tus orillas anheladas parte
y en breve, oh patria, logrará mirarte.
Y tú que te despides, a la fría
luna dando lugar, y al hemisferio
opuesto occidental llevas el día,
fulgente rey del celestial imperio,
saluda, oh sol, por mí a la patria mía,
y dí que un hijo desde suelo iberio
tierna memoria le envïó contigo
y te hizo de sus lágrimas testigo.

(1859)

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...