Cuando el sol, al ocaso ya vecino,
alumbra el mundo con fulgor incierto,
mis pasos solitarios encamino
al vasto muro del hercúleo puerto;
que, triste e ignorado peregrino,
en Cádiz vivo como en un desierto,
y de la ausencia la aflicción no engaña
ciudad tan bella de la bella España,
Y el codo en la muralla y en la palma
la faz, mirando el océano inmenso,
que ya sus ondas y murmullos calma,
en patria y madre enternecido pienso;
y traspasando arrebatada el alma
del postrer horizonte el velo denso,
vuela al suelo natal, y con la mente
a mi dulce familia estoy presente.
Al contemplarte, Atlántico océano,
mas el amante corazón extraña
las dulces playas del Perú lejano;
que, aunque el mar tú no seas que las baña,
eres al menos mar americano,
y senda me será tu azul campaña
para tornar a su adorado seno
por el que lloro y sin descanso peno.
Y no miro jamás rápida vela
Tus ondas navegar hacia occidente,
Que no imagine que a los puertos vuela
del dulce suelo que suspiro ausente:
copioso llanto mis miradas vela,
y envidia tengo a la dichosa gente
que a tus orillas anheladas parte
y en breve, oh patria, logrará mirarte.
Y tú que te despides, a la fría
luna dando lugar, y al hemisferio
opuesto occidental llevas el día,
fulgente rey del celestial imperio,
saluda, oh sol, por mí a la patria mía,
y dí que un hijo desde suelo iberio
tierna memoria le envïó contigo
y te hizo de sus lágrimas testigo.
(1859)