Era el caos. Decir no y pensar cero.
En el eterno negar, fue brevemente la voluntad de ser. Origen del Sol.
El sol, en asombro de su luz, fue goce de existir; tanto amó su mirada, que pulularon las condensaciones de obscuridad; los astros.
Y los astros giraron de amor ante la gran pupila quieta.
Es el canto eterno en el caos sordo.
La tierra rueda, envuelta en hilachas de oro. Es esclava y amante. Su piel sensible tiene un escalofrío, pulsado por noches y días.
Y nosotros pasamos, como sobre un cutis que ama al contacto de una caricia, corre un tropel de mil vidas sensitivas, que nacen, gozan, sufren y mueren.
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«La Porteña», 1914.