¿OYES silbar el viento proceloso
Entre los secos troncos, y en las peñas
No ves cual troza las marchitas breñas?
¿No miras en los tristes arenales
Las pardas espirales
Del fugaz remolino vagaroso?
Mira el bosque desnudo
De sus pomposas galas:
Oye cual lanza su graznido rudo
El cuervo que se aleja
Hendiendo el aire con sus negras alas.
Contempla la arboleda, hermosa mía;
Ya no verdean las copas arrogantes
De aquellos fresnos que prestaban sombra
A la mullida alfombra
Del césped do tranquilo nos sentábamos
A mirar los cristales de la fuente,
Que á nuestros pies besaba mansamente
Las júncias y las cañas.
Los álamos del valle ¡cuán distintos
Se ostentan á mis ojos!
Erizados, desnudos,
Semejando esqueletos
Por cuyos brazos cruza el cierzo impío
Con silbidos agudos...
Mira la negra nube
Que empaña el azulado firmamento
Y vagarosa sube
Con ráudo movimiento:
Y en el ocaso opaco los celajes
Ya no remedan límpidos paisajes;
Cárdenas, tristes nubes se derraman
En informes, fantásticas figuras;
Lentamente se inflaman,
Se agrupan, se levantan perezosas,
Revelando á la ardiente fantasía
Creaciones peregrinas:
Montes, sepulcros, lúgubres ruínas...
¡Oh del ocaso negros nubarrones!
No me auguréis, por Dios, de mi futuro
La perspectiva triste en que algún día,
Seca la flor de la esperanza mía,
Se pierdan mis doradas ilusiones!
No reveléis falaces á mi mente,
Que ese campo sombrío
Que formais pavorosas,
Es remedo del campo en que mañana
Tal vez me arroje mi destino impío!
¡Ah, si tal vez amada de mi alma,
Tras de la dulce calma
Un negro porvenir allá se esconde!
¿No ves que todo muere?
¿No miras esas hojas que se agitan
Marchitas por el suelo?
Mira ¡ay tristes! do quier se precipitan
Con presuroso vuelo...
¿Y á dónde van? ¡Quién sabe! Las arrastra
El poderoso impulso de los vientos,
Y las lleva tal vez hasta el torrente
Donde míseras caigan de repente,
Y entre áridos peñascos se sepulten
Hundiéndose en el cáuce eternamente!
Tú las viste nacer en la pradera,
En tus mejores días,
Cuando pasar solías
En las tardes de alegre primavera.
Tú viste engalanarse la arboleda
Con follaje pomposo,
Viste brotar las purpurinas rosas
Que embalsamaban el ligero viento
Y se mecían graciosas;
Tú viste abrir el cáliz blanco y puro
De la bella azucena,
Do las límpidas gotas de rocío
Eran como tus lágrimas, bien mío!
Y allí escuchaste plácidos rumores,
De las fuentes el lánguido murmullo,
Y de la casta tórtola el arrullo,
Y la armonía también de mis amores...
De mis amores, sí; por vez primera
Sonó la lira mía,
Para decirte en venturoso día,
Hermosa, que te adoro,
Que eres mi bien, mi vida, mi tesoro.....
............................
¡Cuán ligeros pasaron los instantes!
¡Ay Dios, que todo muera!
Se alejaron los céfiros flotantes
Cargados del aroma de las flores;
Huyó la primavera
Con sus dulces y lánguidos rumores,
Con sus alados plácidos cantores,
Con su diáfano sol que reverbera.
Se secaron las fuentes apacibles,
Y do las ondas lentas discurrían
Lamiendo el césped de vecina loma,
Hay grutas do la víbora se asoma,
Y reptiles que raudos se desvian.
El cáuce del arroyo el viento orea
Y crece inútil verdinegra rama,
En vez de la alba flor de la ninfea.
Todo cambió: de la feraz natura
Se agostó el bello manto de verdura,
Y de luctuoso velo
Se cubrió el valle, el horizonte, el cielo....
Así tal vez, de ardientes corazones,
Al embate de rápidas pasiones,
Se extinga la ventura;
Y así también en largos sinsabores
Se truequen el placer y la ternura
De nuestros dulces, férvidos amores,
Y mañana quizás... funesta idea!
Cual ese campo estéril y sombrío
Miren ¡ay Dios! tu corazón y el mío...