Rosana, tierna hermosura,
hechizo y lustre de Lima,
en su estancia solitaria,
con mano diestra y prolija,
mueve la aguja ligera
por una roja camisa,
de esas que el insigne nombre,
deben al héroe de Niza.
Para su novio la labra
a quien puro amor la liga,
artillero que guarnece
de Junin la batería;
ya su preciosa tarea
la bella virgen termina;
en blanco paño la envuelve
a todo con rojas cintas;
y en tierno amoroso llanto
inundadas las mejillas,
estos renglones escribe
al que ni un instante olvida:
«Bien quisiera, oh mi dueño, tu Rosana
que el Garibaldi por sus manos hecho,
en vez de ser de tan delgada lana
que mal bastara a proteger tu pecho,
fuera de mano de potente hada,
de impenetrable mágico tejido,
semejante a la túnica sagrada
de que ángel lidiador está vestido.
Cuando en los riesgos de la lucha pienso
y crudos tiros de la Muerte ciega,
me oprime el corazón dolor inmenso,
y mi semblante en lágrimas se aniega.
Quisiera que tornaras a mi lado
para escapar a tan feroz tormento...
Perdona: soy mujer: te habré enojado:
mas ya recojo mi cobarde acento.
Y aunque te mire mi cariño expuesto
al ciego golpe de homicida bala,
oprobio fuera abandonar el puesto
que el honor, que la patria te señala.
Por la patria es la lid: con pecho fuerte
lucha, y vuelve a mis brazos victorioso:
pero, si encuentras en el campo muerte,
allá en el cielo te diré mi esposo».
Esto al guerrero adorado
escribe la hermosa niña,
casi en el papel borrando
con sus lágrimas la tinta:
dobla la carta, y solloza,
escribe el sobre, y suspira;
llorando sella, y llorando
papel y presente envía:
ante imágenes sagradas
a su devoción queridas,
juntando las blancas manos,
cae luego de rodillas;
y a Dios sus preces eleva
y a la Virgen sin mancilla,
y a la que hoy del cielo es Rosa
y un tiempo lo fue de Lima,
para que en las olas hundan
los bajeles de Castilla
los valerosos guerreros
que por nuestros lares lidian,
y que, tornando el que adora
con gloria, pero con vida,
ella que llorar no tenga
de la patria en la alegría.
30 de Abril de 1866.