Dios con el hombre a quien ama
siempre liberal y bueno,
un eco le dio a su voz
y dio una sombra a su cuerpo;
queriendo así que, aunque huelle
los más desnudos desiertos,
del todo solo no vaya
y lleve dos compañeros.
Al uno mudo contempla
ir a sus pies en el suelo,
su movimiento ajustando
a su mismo movimiento.
Al otro invisible escucha
que responde a sus acentos,
repitiendo a la distancia
sus sonidos postrimeros.
La sombra a los ojos sirve
de compañía y consuelo,
y es consuelo y compañía
de los oídos el eco.
De la sombra se imagina
el solitario viajero
que sus pasos acompaña
taciturno esclavo negro;
y del eco se figura
que amigo invisible genio
con él a solas conversa,
su largo viaje siguiendo.
(1866)