No la profunda paz apetecida
y el usado silencio aquí se advierte,
que hoy anima el bullicio, de la vida
el dormido palacio de la Muerte.
Mas gente, a igual destino reservada,
es bien que, suspendiendo su alegría,
a conocer aprenda la morada
que para siempre ha de habitar un día.
¡Cuántos de los que aquí mueven el paso,
al lucir este día nuevamente,
con los que hoy duermen dormirán acaso
el sueño de la tumba eternamente!
Y antes que muchos lustros su jornada
terminen, ni uno sólo habrá quedado
de los que hoy visitamos de pasada
este mudo recinto desolado.
Oh Lima, de tus gozos y tu gloria
la vanidad tu población discierna,
pues eres la morada transitoria
de los que hallan aquí morada eterna.
Vivan en ti su rápido momento,
cual en su breve viaje el peregrino,
que no pone su amor ni su contento
en las vanas mansiones del camino.
Sucediéndose raudos sin medida
seres ofrece el universo vasto;
mas cuanto cría pródiga la Vida
a la Muerte voraz sirve de pasto.
¡Oh negra reina de implacable encono,
que jamás de tus víctimas te apiadas,
son montes de cadáveres tu trono,
y tus sangrientos cetros son espadas!
Hambrienta emperatriz que cada instante
pueblas y ensanchas tu terrible imperio,
día vendrá que tu furor triunfante
cambie la tierra entera en cementerio.
Mas sólo de cadáveres lo llenas;
sólo en el cuerpo tu poder señalas,
mas del alma desatas las cadenas
y la revistes de potentes alas.
Vana conquistadora de despojos,
son a ti tus vasallos parecidos;
de calvas frentes y de huecos ojos,
sin formas, sin color y sin sentidos.
Y aún esa tan efímera conquista
devolverás un día mal tu grado,
porque de nuevo el alma se revista
del cuerpo, por su luz transfigurado.
Y cuando todo lo que tu ira inmola
a la feliz eternidad despierte,
verán los siglos una muerte sola
y esa será la muerte de la Muerte.
Que, viendo que ya no hay adonde hiera
el filo matador de tu guadaña
contra ti misma volverás tu saña,
y tú serás tu víctima postrera.
(1869)