En un carro manchego
caminaba una moza inocentona
de gallarda persona
propia para inspirar lascivo fuego.
El mayoral del carro era Farruco,
de Galicia fornido mameluco,
al que, en cualquier atasco, daba asombro
verle sacar mulas y carro al hombro.
Un colchón a la moza daba asiento,
porque el mal movimiento
del carro algún chichón no la levante.
(Lector, es importante,
referir y tener en la memoria
la menor circunstancia,
para que, por olvido o ignorancia,
la verdad no se olvide de esta historia.)
Yendo así caminando,
vieron un cuervo grande que, volando,
a veces en el aire se cernía
y otras el vuelo al carro dirigía.
-¡Jesús, qué pajarraco tan feote!
dijo la moza. ¿ Y ese animalote
qué nombre es el que tiene?
-Ese es un cuervo, respondió el arriero,
embiste a las mujeres y es tan fiero
que las pica los ojos, se los saca,
y después de su carne bien se atraca.
Oyendo esto la moza y reparando
que el cuervo se acercaba
al carro donde estaba,
tendióse en el colchón y, remangando
las faldas presurosa,
cara y cabeza se tapó medrosa,
descubriendo con este desatino
el bosque y el arroyo femenino.
Al mirarlos Farruco, alborotose;
subió sobre el colchón, desatascose,
sacó... ¡ poder de Dios, qué grande que era...
y a la moza a empujones
enfiló de manera
que del carro los fuertes enviones,
en vez de impedimento,
daban a su timón más movimiento.
Y en tanto que él saciaba su apetito,
ella decía: -¡ Sí, cuervo maldito;
pica, pica a tu antojo,
que por ahí no me sacas ningún ojo!