Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oir nuestra vecina,
la de los ojos tristes...
Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!
¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!
Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos miran pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del bario o de la vida
sin despedirse.
¡Ah, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos,
quien sabe donde, silenciosamente
como se fueron ellos...