Sólo la voz de mis gemidos suena
madre del corazón, en la morada
ayer no más de tu presencia llena,
y hoy sola y taciturna y enlutada.
Ayer no más la henchía de contento
el son más regalado a nuestro oído
la música divina de tu acento
por cuatro corazones repetido.
Ayer no más de tu ¡mansión doliente
las estancias desiertas y calladas
se animaban sonando alegremente
al rumor de tus ágiles pisadas.
Ayer no más la mesa en que llorando
estas estrofas plañideras trazo
te vio en la tarda noche, a mí llegando,
ceñir mi cuello con amante lazo.
Me recordabas cariñosa la hora,
y dabas, arrancando dulcemente
a mi mano la pluma veladora,
un fresco beso a mi abrasada frente;
y me arrastraba tu amoroso empeño
al lecho, y en la orilla te sentabas,
y sólo en brazos de tranquilo sueño,
partiendo silenciosa, me dejabas.
¡No alcanzo ¡ay! cómo de dolor no muero,
muerta una madre tan amante y buena!
¡Fuerza es que abrigue un corazón de acero,
pues no me rompe el corazón la pena!
De extraño mal que me consume lento
herido yo desde mi edad primera,
nunca mi amor se imaginó un momento
que tu muerte a mi muerte precediera.
Esperaba por él interrumpida
esa ley natural, de rigor llena,
que el triste fin de quien le dio la vida
a un hijo amante a contemplar condena.
Y la muerte espantosa no temía,
cuando a mi alma la interior mirada
representaba mi última agonía
por tu dulce figura coronada.
¡Y es posible, posible que el destino
de ti me despojara en un momento!
¡Y que no vuelva a hallarte en mi camino
ni a ver tu rostro ni escuchar tu acento!
¡Y es posible ¡ay dolor! que ya no pueda,
como cuando moraba en suelo extraño,
oír la voz de la esperanza leda
decirme: la verás dentro de un año!
¡Y que no pueda imaginarme un plazo
tras el cual, aunque largos años cuente,
espere darte el suspirado abrazo
y verte y escucharte finalmente!
Un tiempo la esperanza lisonjera
en las playas de Europa me decía:
«hay una madre que con ansia espera
de tu regreso el venturoso día».
«Cesen los ayes que sin fin exhalas:
¡el anhelado instante se aproxima
que del vapor las incansables alas
te llevarán a la remota Lima!»
¡Si estuvieras ausente, moradora
de Francia, a Grimanesa reunida,
y pudiese mi amor a cada hora
tu regreso esperar o mi partida!
¡Si a falta de tu voz, a tu hijo hablara
papel escrito por tu dulce mano,
y frecuente coloquio nos ligara,
vencedor del vastísimo océano!
Pero en vez de ese viaje tan ansiado
y ya vecino a tu anhelar materno,
¡te preparaba la crueldad del hado
el postrer viaje y el adiós eterno!
¡Ah si posible el alma concibiera
ver, madre, alguna vez tu faz querida:
tarde, muy tarde, en mi vejez postrera,
en los últimos días de mi vida!
Si me dijese la esperanza ahora:
«Resta un consuelo a tu dolor profundo;
»tu dulce madre idolatrada mora
»en los confines últimos del mundo:
»crudo el viaje sera, de riesgos lleno,
»en montes, selvas y enemigos mares;
»mas llegarás a su adorado seno,
»después que largos lustros caminares»:
¡Ah! ¡cuán contento partiría entonces,
aunque gastara en viaje tan lejano
triples sandalias de macizo bronce
y al fin llegara moribundo anciano!
Mas ahora ¡ay de mí! la vida entera
pasara vanamente en esperarte,
y en vano el universo recorriera,
¡pues ya no vives en ninguna parte!
Ya no hay en el vastísimo universo
punto que habite mi amorosa mente,
¡y hoy sabe mi dolor cuánto es diverso,
llorarte muerta de llorarte ausente!
Tal vez, mirando tu dolencia impía,
mil deseos formaba en mi locura,
y el patrio suelo abandonar quería
por no ver ni espantosa desventura;
llevando antes, oh madre, de perderte
a otras playas mi planta fugitiva
donde incierto viviera de tu muerte,
y allí pudiera imaginarte viva.
Y aun hoy, y aun hoy, aunque tu cuerpo he visto
inmóvil, frío y sin color y mudo,
a la verdad horrible me resisto,
y de tu muerte y mi desdicha dudo.
¡Ah! ¡cuántas veces en feliz olvido
pienso escuchar tu labio que me nombra,
o el usado rumor de tu vestido
que leve barre la mullida alfombra!
Y si un instante dejo mis umbrales,
imagino al volver que tú me esperas,
y que a mi encuentro cariñosa sales
con semblante palabras placenteras.
Mi pie las gradas del umbral traspasa
y con pisadas presurosas entro:
mas ¡ay! recorro la desierta casa,
y te llamo, y te busco, y no te encuentro
y cesa, entonces la ilusión dichosa,
y mi infortunio y mi tormento crece,
cuando de nuevo la verdad odiosa
a mi razón su desnudez ofrece.
Y no alcanzo a entender de qué manera,
rota tan fuerte e íntima atadura,
¡huyó el cuerpo y la sombra persevera,
cesó tu vida y aún mi vida dura!
La calma universal me maravilla,
y no comprendo en mi dolor profundo
¡cómo viven los otros, y el sol brilla,
y no fenece con mi madre el mundo!
Y mudo, solitario y embebido,
días consumo en tu tenaz recuerdo
y la extensión de mi infortunio mido,
y en el abismo del dolor me pierdo.
Confusas sobre mí pasan auroras,
Días, tardes y noches que no cuento,
cual si cesase el vuelo de las horas
ante tan hondo y tan tenaz tormento.
Para mí la existencia está cambiada:
en noche eterna se trocó mi día:
¡Ah! ya no espero ni ambiciono nada
de cuanto un tiempo ambicionar solía.
¿Qué me importan honores y grandezas
de los que tú no habrás de ser testigo?
¿Qué me importan el fausto y las riquezas
que ya no puedo dividir contigo?
Si mi afán con tu amor no galardonas,
ya todo para mí lo desencantas:
que, si ansiaba poéticas coronas,
era para ponerlas a tus plantas.
Ya no curo laureles inmortales
ni de la gloria el lisonjero aplauso,
si con él en los labios maternales
una sonrisa de placer no causo.
La vida misma, ¿para qué la quiero,
si no la ha de encantar tu compañía,
y si tu eras el término postrero
y el solo fin de la existencia mía?
¡Ay! ¡qué va a ser de mí sin tu cuidado!
¡Qué porvenir tan enlutado el mío!
¡Sólo divisa el ánimo angustiado
llanto, tristeza, soledad, vacío!
En nada, en nada encontraré consuelo:
eternamente viviré afligido:
a otros alivian en tan justo duelo
los afectos de padre y de marido.
Mas yo ni en dulces hijos ni en hermosa
consorte amante mi consuelo fundo:
que tú eras ara mí madre esposa,
y tú eras todo para mí en el mundo.
Mas ¿qué digo? del hijo abandonado
un consuelo le resta a la amargura:
uno sólo: seguirte, y a tu lado
dormir en la callada sepultura.
(1870)