Cuando a la media noche me despierta
el medroso aullido
de mi perro que, acaso mal dormido
en el umbral oscuro de mi puerta,
de los trasnochadores el rüido
oye en la calle lóbrega y desierta,
o El alerta
del gallo
que en las hondas tinieblas sumergido
cela, ampara y vigila su serrallo,
me incorporo en el lecho,
me incorporo y medito
en el daño espantoso que me has hecho!
en el mal infinito
que me causó tu amor…¡amor maldito
que arrancar no he logrado de mi pecho!
Y abro los ojos en la sombra entonces,
mientras que a mis oídos
llegan los melancólicos tañidos
de los lejanos bronces.
Y evoco, soñoliento,
los recuerdos queridos
que llenaron de luz mi pensamiento:
Recuerdos, ¡ay! de las difuntas horas
en que bebí el fulgor de tus pupilas
negras, pero brillantes como auroras!
¡Por qué os fuisteis tan presto, horas tranquilas!
¡Muertas encantadoras!