Mientras dice la lluvia en los cristales
sus largas letanías fastidiosas,
me aduermo en las blanduras deliciosas
de las tibias perezas invernales.
El humo del cigarro en espirales
me finge perspectivas caprichosas,
y en la nube azulada van las cosas
insinuando contornos irreales.
¡Qué bueno es el diván en estas frías
tardes, fatales de monotonías!...
¡Qué bien se siente uno, así, estirado,
con una pesadez sensual!... ¡Quisiera
no moverme de aquí! ¡Si se pudiera
vivir eternamente amodorrado!