Canción

¡Oh belleza! alto don, rico tesoro, Precioso bien a la mujer guardado, Con más vehemencia ansiado Que el diamante oriental, y más que el oro; ¿Quién te dio ese poder? ¿De quién hubiste La magia celestial? En donde quiera Que muestres esa lumbre Por siempre vencedora, Reinar y avasallar como señora, Rendir y embelesar es tu costumbre. Vedla en los campos de Vertuno y Flora Cuando los huella con gallardo brío, Y allí en puros aromas y en colores Humillará las flores Hijas del sol y alumnas del rocío. O si ya de la selva en el sombrío Recinto, al eco ronco Del resonante caracol, las fieras Volando en su caballo alza y fatiga; Ellas con planta alada huyen ligeras De la Ninfa veloz, y huyen en vano Su vista penetrante las persigue, Y el rayo abrasador arde en su mano. Arde y estalla; el plomo silba, caen, Y el eco suena en torno. El bosque adora Su bella cazadora, Ansiando ufano que a batirle vuelva La que con su atractivo sobrehumano Es Flora en el Jardín, Cintia en la selva. Y si en el rico estrado reclinada, Cual dama delicada, Habla discreta y apacible ríe, ¡Oh! cual tras sí los corazones lleva, Sea que el pie fugitivo en danzas guíe, Sea que al sonoro acento De su arpa, herida en delicioso tono, Rinda las almas y embellezca el viento! Subidla luego al resplandor del trono; Y a su aire augusto, a su ademan divino, Veréis la tierra enmudecer, postradas Ante ella las naciones, Y en aplausos sin fin y adoraciones Sus destinos cifrar en su destino. ¿Qué la beldad no alcanza Cuando se une al poder? El mismo cielo Obedece a su anhelo, Si al cielo acaso conmover le agrada: A una sola voz suya, a una mirada, Apaga Jove el iracundo rayo, Depone Marte la sangrienta espada. ¿No es tal, sacra Parténope, la excelsa Joven real, cuya dorada cuna Tú ya meciste en su primer oriente? Ella en su faz purpúrea y noble frente Lleva escrita su gloria y su fortuna. Y espléndida y riente Se lleva por los campos de la vida, Cual la estrella de amor cuando en el cielo Por los espacios lóbregos se lanza A abrir la puerta al venidero día; Y brilla con la luz de la alegría, Y es bella como es bella la esperanza. ¿No es ésta ya la que a la regia silla Destina alegre el hado, Con el pueblo español menos airado? ¿La misma que en la orilla Del sebeto feliz creció primero A ser delicias del Monarca ibero, Y astro de paz benéfico a Castilla? ¡Oh cuánto tarda ya! ¿Cómo no llega, En alas de los céfiros traída, A contentar al público deseo? Tú que el soberbio tálamo preparas, Mira arder el incienso ante las aras Y ven a nuestra voz, santo Himeneo. La sien ceñida de amaranto y rosas, Con apacible vuelo Del Olimpo a la tierra tú desciendes: Por do quiera que tiendes Las alas vagarosas Huyen las nubes, se serena el cielo Y de la antorcha al sacudir la llama Que la adorable Esposa a Iberia guía, Del Ebro a Guadarrama Que todo se penetre en tu ambrosía. Todo te aplauda: en resonantes himnos Todo se inunde: el monte Los diga al valle, y los repita el río, Y los aprenda el mar. ¡Ella aparece! No veis cuál resplandece Del arrebol del alba enrojecida, Por las gracias ornada, Y de alta gloria y majestad cercada? ¿No veis cómo a los rayos de su frente Todo con grata admiración se inclina? Ella es; la augusta Reina de Occidente Ella es la amable y celestial Cristina. ¡Nombre adorado, y en España ahora Primera vez oído, ¡oh! siempre seas Con tanto amor y gratitud cantado, Como hoy estás de aclamación seguido! Estrechamente al de Fernando unido Escrito en letras de oro centelleas: Y en medio a los magníficos festones A las bellas guirnaldas con que el arte Tu cifra con la suya enlazar pudo, Es más estrecho el nudo Con que la voz del regocijo alzando Su alborozado aplauso al raudo viento, Suben Juntos a herir el firmamento Los nombres de Cristina y de Fernando. Ven, pues; y de tu estirpe ¡oh nueva Esposa! La fortuna recibe: orne tu frente La diadema esplendente Que pases luego a tu progenie hermosa. Aquí nació tu Madre virtuosa: De aquí el destino a la dichosa Italia Nos la robó; y al saludar contigo Este albergue real, un tiempo suyo, Ufana de la luz que la acompaña Decir parece a su querida España «Aun más que te debí te restituyo.» ¿Qué te suspende, oh Musa? Ya a Himeneo Con su doble guirnalda Ceñir la sien de los Esposos veo Ya el áureo velo tiende... ¡Ob! No te atrevas Más adelante a penetrar... Un día La antigua poesía En el canto nupcial plácido y leve De amor el triunfo celebrar solía; Cuando más halagüeña que sublime La zozobra pintaba, el gozo, el llanto, El inefable encanto Del tímido pudor, que cede y gime, Y tanto halago, y tanto De que entonces te vistes, ¡oh hermosura! Para más abrasar: la ufana rosa, Cuando a besarla llega El céfiro, amorosa La pompa así de su beldad desplega. No, empero, igual licencia ¡oh Musa mía! Te es permitida a ti; mayor reserva Se debe a la deidad alta y triunfante, Venus sin duda en su gentil semblante, Pero en decoro y majestad Minerva. Deja ese tono, pues, de mil ya usado Y cantado ya a mil: diverso acento En este gran momento Deberá ser el tuyo, otras las sendas Son que el délfico Dios abre a tu gusto; Y cuando al son del plectro el aire hiendas, Cristina y la virtud te oigan sin susto. Desde ese trono excelso en que sentada Los ámbitos de Iberia señoreas, Tiende la vista y mira en todas partes Arcos sublimes, títulos, trofeos, Y fiestas en tu honor: dulce tributo Que vuelto en gala el doloroso luto Rinde a tus plantas la Nación hispana. Recibe tú su amor y sus deseos Recíbelos ¡oh Ninfa soberana! Con dulce afecto a sus plegarias pío Y la suprema voluntad doblando Del amante Monarca a tu albedrío, Haz de tus ojos al clemente fuego Benigno el mando y poderoso el ruego. Que bien esta región merecedora Es de tu afán y maternal cuidado Mira con cuánto agrado La favorece el sol, qué rico el suelo, Qué apacible es el aire; en donde quiera Verás la primavera Florecer y reír; y el siglo de oro Renovando a tu voz, la dura encina Y envejecido roble De su áspero cabello Miel para ti destilarán, ¡Cristina! ¿Buscas un bello clima? ¡Este es tan bello! ¿Buscas un pueblo noble? ¡Este es tan noble! ¿Acaso palmas del honor preguntas? El mundo te responda que asombrado, Por la española intrepidez doblado, Apenas pudo contenerlas juntas. Su número fue escándalo; y la suerte, El cáliz de favor con que algún día Nos embriagó falaz, trocó a rigores Dos siglos de dolores Vanse a cumplir, y aún viva Parece arder su saña vengativa. ¡Oh discordia! ¡Oh rencor! Tristes pasiones, Ministras viles de venganza extraña, Y ajenas tanto al corazón de España, ¿No es tiempo ya de que ceséis? ¿No es tiempo De que sus hijos alcen La frente al cielo con vigor? ¡Pudieran Los castellanos pechos, A tal fortuna y contratiempos hechos, Ser tan grandes aún, si ellos quisieran! Y habrán de serlo al fin: que decretado Sin duda fue por el querer del cielo Este enlace magnífico y sagrado Para bien de un gran pueblo. ¡Oh digna Esposa Del Monarca español, fiel compañera De su incesante afán y alto desvelo! Tú en obra tan sublime Asístele eficaz; triunfo debido Es ese a tu candor, a tu hermosura, A tu espíritu excelso... ¡Quién me diera Romper el velo que la edad futura Entre sombras esconde, y ver mi España Acorde dentro, respetada fuera, Vuelta a la gloria y rica de ventura Acelerad ¡oh cielos! tales días, Y salgan ciertas las promesas mías. ¡Oh, cómo el Genio imitador entonces El inmenso caudal que en sí atesora Desplegará, y en mármoles y en bronces La efigie hermosa y los ilustres hechos Dará de la inmortal restauradora! ¿Podrá a tanto bastar la fantasía? ¡Ah! mientras que a porfía Las artes ostentando sus primores Contiendan en su honor, en medio alzada Con dulce exaltación y ardiente brío Dirá la gratitud: «vuestros loores No pueden ser eternos sin el mío. Este es el perdurable, el verdadero, El que conviene a su bondad divina yo la grabé en el pecho al pueblo Ibero Cuando en letras de amor puse: ¡Cristina! 1829

Collection: 
1792

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Nunca osara, Señor, la Musa mía Al eco unir del general aplauso Los ecos de un aliento que se apaga Por la desgracia y por la edad cansado. Ved cómo yace envuelta en largo olvido Mi inútil lira: trémula la mano Va sus cuerdas a herir, y a hallar no acierta Su antigua resonancia y su entusiasmo....

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¿Por qué de tus penas Ir siempre seguida? El duelo importuno ¿Por qué no mitigas? ¿No ves que cebadas Así las desdichas, Estragan, Licoris, La flor d e la vida? Ya un año ha corrido, Y el mal que te agita Pintado con llanto Se ve en tus mejillas. Tus ojos hermoso, Están todavía Mirando el camino...