Angélica y Medoro

En un pastoral albergue que la guerra entre unos robles lo dexó por escondido o lo perdonó por pobre; do la paz viste pellico y conduce entre pastores ovejas del monte al llano y cabras del llano al monte, mal herido y bien curado, se alberga un dichoso joven que sin clavarle amor flecha le coronó de favores. Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche, lo halló en el campo aquella vida y muerte de los hombres. Del palafrén se derriba, no porque al moro conoce, sino por ver que la yerba tanta sangre paga en flores. Límpiale el rostro, y la mano siente al Amor que se esconde tras las rosas, que la muerte va violando sus colores. Escondióse tras las rosas, porque labren sus arpones el diamante del Catay con aquella sangre noble. Ya le regala los ojos, ya le entra, sin ver por dónde, una piedad mal nacida entre dulces escorpiones. Ya es herido el pedernal, ya despide el primer golpe centellas de agua, ¡oh piedad!, hija de padres traidores. Yerbas le aplica a sus llagas, que si no sanan entonces en virtud de tales manos lisonjean los dolores. Amor le ofrece su venda, mas ella sus velos rompe para ligar sus heridas; los rayos del sol perdonen. Los últimos nudos daba cuando el cielo la socorre de un villano en una yegua que iba penetrando el bosque. Enfrénanle de la bella las tristes piadosas voces, que los firmes troncos mueven y las sordas piedras oyen; y la que mejor se halla en las selvas que en la corte, simple bondad, al pío ruego cortésmente corresponde. Humilde se apea el villano y sobre la yegua pone un cuerpo con poca sangre, pero con dos corazones. A su cabaña los guía, que el sol deja su horizonte y el humo de su cabaña le va sirviendo de norte. Llegaron temprano a ella do una labradora acoge un mal vivo con dos almas, una ciega con dos soles. Blando heno en vez de pluma para lecho les compone, que será tálamo luego do el garzón sus dichas logre. Las manos, pues, cuyos dedos desta vida fueron dioses, restituyen a Medoro salud nueva, fuerzas dobles, y le entregan, cuando menos, su beldad y un reino en dote, segunda envidia de Marte, primera dicha de Adonis. Corona un lascivo enjambre de cupidillos menores la choza; bien como abejas, hueco tronco de alcornoque. ¡Qué de nudos le está dando a un áspid la envidia torpe, contando de las palomas los arrullos gemidores! ¡Qué bien la destierra Amor, haciendo la cuerda zote, porque el caso no se infame y el lugar no se inficione! Todo es gala el africano, su vestido espira olores, el lunado arco suspende y el corvo alfange depone. Tórtolas enamoradas son sus roncos atambores y los volantes de Venus sus bien seguidos pendones. Desnuda el pecho anda ella; vuela el cabello sin orden; si lo abrocha, es con claveles, con jazmines si lo coge. El pie calza en lazos de oro porque la nieve se goce, y no se vaya por pies la hermosura del orbe. Todo sirve a los amantes, plumas les baten veloces, airecillos lisonjeros, si no son murmuradores. Los campos les dan alfombras, los árboles pabellones, la apacible fuente sueño, música los ruiseñores. Los troncos les dan cortezas en que se guarden sus nombres mejor que en tablas de mármol o que en láminas de bronce. No hay verde fresno sin letra, ni blanco chopo sin mote; si un valle Angélica suena, otro Angélica responde. Cuevas do el silencio apenas deja que sombras las moren, profanan con sus abrazos a pesar de sus horrores. Choza, pues, tálamo y lecho, contestes destos amores, el cielo os guarde, si puede, de las locuras del conde.

Collection: 
1581

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