Teme que su afecto parezca
Gratitud y no fuerza
Señora, si la belleza
Que en vos llego a contemplar
Es bastante a conquistar
La más inculta dureza,
¿Por qué hacéis que el sacrificio
Que debo a vuestra luz pura
Debiéndose a la hermosura
Se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante,
De ser vos, quien me ha rendido,
¿Queréis que lo agradecido
Se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena
A otra especie de desdicha,
Pues me quitáis con la dicha
El mérito de la pena.
Si no es que dais a entender
Que favor tan singular,
Aunque se puede lograr,
No se puede merecer.
Con razón, pues la hermosura
Aun llegada a poseerse,
Si llega a merecerse,
Dejara de ser ventura.
Que estar un digno cuidado
Con razón correspondido,
Es premio de lo servido,
Y no dicha de lo amado.
Que dicha se ha de llamar
Sólo la que, a mi entender,
Ni se puede merecer,
Ni se pretende alcanzar.
Ya que este favor excede
Tanto a todos, al lograrse,
Que no sólo no pagarse,
Mas ni agradecer se puede.
Pues desde el dichoso día
Que vuestra belleza vi,
Tal del todo me rendí,
Que no me quedó acción mía.
Con lo cual, señora, muestro,
y a decir mi amor se atreve,
Que nadie pagaros debe,
Que vos honréis lo que es vuestro.
Bien se que es atrevimiento
Pero el amor es testigo
Que no se lo que me digo
Por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios,
Señora, que os hable así,
Que si yo estuviera en mí
No estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros
Que de mí recibáis hoy,
No sólo el alma que os doy,
Mas la que quisiera daros.