Mi rostro juvenil sombreando apenas,
el bozo aparecía,
¡ay! entonces sentía
¡sí! cuando sonreía
correr mis horas de contento llenas.
Jamás la pena ni el dolor mi pecho
habían lacerado;
tranquilo, sosegado
de mí mismo vivía satisfecho.
Con risa placentera la inocencia,
cual diosa de mi aurora
velaba protectora
con su...