Ante una calle vil y escueta,
al núcleo de una encrucijada,
San Martín yergue su silueta
torpe, blanquizca y desconchada.
Como unas lenguas parlanchinas,
rompen sus címbalos volteantes
serenidades matutinas
con carrillones atronantes.
Incienso y cristianas congojas
llenan el templo de humo y voces.
Un eucalipto con...