Señor, Señor, el pueblo que te adora,
bajo el peso oprimido
de tu cólera santa, gime y llora.
Ya no hay más resistir: la débil caña
que fácil va y se mece
cuando sus alas bate el manso viento,
se sacude, se quiebra, desparece
al recio soplo de huracán...
|
¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme? Manda alzar otra vez por consolarme |