• Daba el reloj las doce... y eran doce
    golpes de azada en tierra...
    — ¡Mi hora! ...—grité. El silencio
    me respondió: —No temas;
    tú no verás caer la última gota
    que en la clepsidra tiembla.
    Dormirás muchas horas todavía
    sobre la orilla vieja,
    y encontrarás una mañana pura
    amarrada tu barca a otra ribera.

  • Sonaba el reloj la una
    dentro de mi cuarto. Era
    triste la noche. La luna,
    reluciente calavera,
    ya del cenit declinando,
    iba del ciprés del huerto
    fríamente iluminando
    el alto ramaje yerto.
    Por la entreabierta ventana
    llegaban a mis oídos
    metálicos alaridos
    de una música lejana.
    Una música tristona,
    una...