• ¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos
    en que quiso la infancia regalarnos un cuento!
    Dormida por centurias en un bosque opulento,
    despertaste a la blanda caricia de mis manos.

    Y después, sin que fueran los barbudos enanos
    o las almas en pena a turbar el contento
    del señorial palacio, en dulce arrobamiento
    unimos nuestras vidas como buenos...

  • Está Lisete, la Infantina,
    cerca del mar,
    escuchando la sonatina
    crepuscular.

    Y una azafata dice: Dueña
    te contaré
    una leyenda, alba risueña,
    que yo me sé.

    Responde la niña con leve,
    dulce mohín,
    y ya impaciente mueve el breve,
    rojo chapín.

    —El viejo Rey de la Isla de Oro
    poseía
    un rubio y cándido tesoro...