• Cuando todos se alejaron de la blanca tumba aquella,
    donde sola, muda y fría
    se quedaba ella… ella!...
    La adorada muerta mía!

    Al ver toda su hermosura
    para siempre desligada
    de mi vida
    y escondida
    en la callada
    sepultura,

    con terrible voz, que aún oigo, grité: «Muerte despiadada!
    Dime, toda su belleza tornaráse en polvo? Dime...