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La tribu profética, de pupilas ardientes Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes |
En los tiempos maravillosos en que la Teología |
Se diría tu mirar por un vapor cubierto; Tú recuerdas esos días blancos, tibios y velados, |
Con su vestimenta ondulante y nacarada, Como las arenas sombrías y el azur de los desiertos, |
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Una vez, una sola, amable y dulce mujer, Era tarde; cual una medalla nueva |
La Natura es un templo donde vividos pilares Como prolongados ecos que de lejos se confunden |
He aquí la noche encantadora, amiga del criminal; ¡Oh noche!, amable noche, deseada por aquel |
Conocí a una tal Benedicta, que llenaba la atmósfera de ideal y cuyos ojos derramaban deseo de grandeza, de hermosura, de gloria, de todo lo que lleva a creer en la inmortalidad. Pero la milagrosa muchacha era bella en demasía para vivir mucho tiempo; así, murió algunos días después de... |
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Para Ernesto Christophe Como un viviente, arrogante de su noble estatura, |
Imploro tu piedad, Tú, el único que yo amo, Es un universo triste de horizonte plúmbeo, Un sol sin calor se cierne por encima seis meses, |
