Fatigada del baile,
Encendido el color, breve el aliento ,
Apoyada en mi brazo,
Del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
Que levantaba el palpitante seno,
Una flor se mecía
En compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar
Que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
Tal vez allí dormía
Al soplo de sus labios entreabiertos.
— ¡Oh! ¿Quién así, pensaba,
Dejar pudiera deslizarse el tiempo?
¡Oh, si las flores duermen,
Qué dulcísimo sueño!