Vaga el olor por la antigua vereda,
donde marmóreo Sileno retoza,
del dieciochesco vestido de seda
en la ducal y dorada carroza.
Erán Trianón y la Arcadia —artificio
que hizo más suaves las ásperas horas—
el pastorial y bucólico vicio
de las divinas marquesas pastoras.
Eran los iris, las joyas temblantes
y las espumas de los surtidores:
la sombra azul en los kioskos galantes
y el sonreír de los lindos Amores.
Eran los mórbidos brazos de lira,
inclinaciones de blancas pelucas
y Pompadour y la cruel Lindamira
y los lunares en las rubias nucas.
Ardiente roce de la mano cauta
y acariciante boca diminuta...
Era el idilio al sonar de la flauta
del verde fauno de la barba hirsuta...
¡Oh, siglo lindo! —amarilla viñeta,
rasos, perfumes, risas, terciopelos,—
que tuvo un viejo y galante poeta:
Pablo Verlaine que se encuentra en los cielos.