Quisisteis surcar los mares
Sin temer las ondas bravas
Porque el fuego de la gloria
Quita el horror de las aguas.
En vuestro leño imperioso
Sin peligro en las borrascas
Neptuno os obedecía,
Y Tetis os respetaba.
Quejosa de vuestra ausencia,
Dejáis a Lisia enojada,
Pero si Lisia se enoja,
Nuestra América se exalta.
Esta Ciudad os recibe
(Si sois Costa) con jactancia
Que tiene en vos mejor Costa,
Cuando su puerto os prepara.
Dejasteis para regirla
El descanso de la patria:
Que un corazón valeroso
Solo en fatigas descansa.
De vuestra feliz venida
Nuestros deseos dudaban:
Que cuando el bien se desea,
Titubea la esperanza.
Los Isleños gobernasteis
Con tanto amor, y alabanza,
Que la población Isleña
Por Chipre de amor se alaba.
Hoy tomando otro gobierno,
Del Sol imitáis la causa,
Que cuando gira en un polo,
Después al otro se pasa.
Sois descendiente del Conde,
A quien el León de España
Daba infelices bramidos,
Porque le quebró sus garras.
Consiguió tantas victorias,
Que al mismo tiempo juntaba
En la frente los laureles,
Cuando en la mano las palmas.
Cuyo valor heredado
(Que llamas de honor levanta)
Renace en vuestras acciones
Como Fénix de las llamas.
Sois valiente, y justiciero;
Y aunque Marte en vos se aclama,
Desprecia la Diosa Venus,
Y la Diosa Astrea abraza.
Si vuestro pecho es fiel
A la Justicia, que os ama,
Lo fiel de vuestro pecho
Da fiel a sus balanzas.
Unís en vuestro gobierno
Por idea más preciada
El rigor con el cariño,
La austeridad con la gracia.
Obráis justicia sin ojos,
Que de vos siendo observada,
No miráis de las personas
El poder, o la privanza.
Al soborno estáis sin manos,
Que vuestra entereza ufana
Lo vence tan fácilmente,
Que sin ellas lo despedaza.
Mas las manos a los pobres
Prestáis, que enjugan, y sanan
El llanto de su miseria,
De su penuria las llagas.
Suene, y vuele en todo el
Mundo Vuestro nombre, a quien la fama
Para el brado da sus bocas,
Y para el vuelo sus alas.
Vivid pues eterna vida,
Si bien en virtudes tantas
Con muchos siglos de aciertos
Eterna vida os aclama.