Amo, de aquella cuestión de ayer, pues ya me atreví, -¡Gracias a Dios, cobardón! ¿Y qué te dijo? que sí. -¿Ves, Jenaro? Si te dejo no llegas nunca a animarte y te me mueres de viejo con las ganas de casarte. Me gusta la valentía. Y la lengua, ¿se enredó? -Pues, mire usted, yo creía que iba a ser más; pero no. Y eso que al dir a empezar, por mucho que porfié, pues no me pude acordar del emprencipio de usté. -¡Por vida de!... ¿Y qué jinojos hiciste entonces, Jenaro? -Pues, nada, cerrar los ojos y dir p'adelante. -¡Pues claro! Cuando se ignora, se inventa. -¡Pues ese fue el aquél mío! Me tuve que echar la cuenta que se echa el hombre perdío, y como un eral cerril arremetí con alientos, porque ya, preso por mil... pues preso por mil quinientos. No es más que mientras se empieza. Yo cuantis que me corté, pues na más de mi cabeza cuasi todo lo saqué. -¡Bien hecho! ¿Y le gustaría bastante más que lo mío? -Yo le dije asín: «María: dirás que a qué habré venío». -¿Y qué te dijo? Que hablara. Ella abajó la cabeza y se le puso la cara lo mesmo que una cereza. A mí también se me ardía, la verdá se ha de decir; pero le dije: «María: ¿sabrás que tengo un sentir?» -¡Bien dicho! ¿Y no te comieron porque hiciste esa pregunta? -No, pero se me pusieron todos los pelos de punta. Yo cuasi que no veía, la verdá se ha de decir; pero le dije: «María: sabrás que tengo un sentir.» Cuasi que me han obligao -le dije- a venir acá, que yo bien retuso he estao por mó de la cortedá; pero el amo que sabía mi sentir, pues ayer tarde mesmamente, me decía: «Jenaro, ¡no seas cobarde! La moza es poco fiestera y poco aparentadora, y no es moza ventanera y es árdiga y vividora. Y luego, es bien parecía, y es callaíta y prudente, y es honesta y recogía y viene de buena gente... Anda con ella, comienza mañana a la noche a dir, que a cuenta de la vergüenza te la dejas escurrir...» Pues sobre aquello volviendo del sentir que te decía, sabrás que te estoy quisiendo ya hace tres años, María. Siempre he andao negativo dejándolo pa dispués, y na más es a motivo de lo corto que uno es. Y asín me estaba, me estaba, aguantándome el sentir, a ver si se me pasaba, la verdá se ha de decir. Y hate cuenta que cada año pues más me reconcomía, hasta que ya dije hogaño: ¡Habrá que estar con María! Porque en habiendo un querer, la verdá se ha de decir, ni cuasi puedes comer ni cuasi puedes dormir. Y no es el decir que uno esté encitando el pensar, porque yo creo que nenguno quedrá siempre asín estar. Es na más que te aficionas y que pierdes la chaveta en cuantis que una persona por los ojos se te meta. Y que ya nadie te apea ni te hace volver atrás y llevas aquella idea por andiquiera que vas. Pues un querer derechero como el corazón te ablande, es igual que un abujero: cuanti más le hurgas, más grande. -¡Caramba! ¡Muy bien, Jenaro! Y ella entonces te diría... -A lo primero, pues claro, dijo que ya se vería. Pero dispués, ya ve usté, la gente se va atreviendo. Yo le dije: «Volveré» Y ella me dijo: «Vay viniendo». -Vamos, sí, que habrá casorio. -De eso entá no hemos tratao. Sólo el parlárselo..., ¡corio!, ¡más vergüenza me ha costao...!
Un Don Juan
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Aquella flor anónima de pétalos iguales que sola está en el páramo de grises pizarrales, ¿por qué ha nacido allí? Y aquella moza rústica que a ser esclava aspira de aquel pastor selvático que huraño y torvo mira, ¿por qué lo adora así? ¿Por qué mete el cernícalo su nido en la hendidura y el...
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