En mi memoria estás mansión querida,
con signos indelebles señalada,
tú que alargas las horas de una vida
al rigor de un suplicio destinada.
Mientras furioso a la venganza aspira
el déspota en frenético ardimiento,
dulcemente mi pecho aquí respira
tu ambiente puro, de cuidado exento.
Me detienes seguro meditando
desde el tranquilo y sosegado encierro,
en esas que me están hoy aguardando
rudas cadenas de pesado hierro:
en el arma homicida que el sicario
al preparar se inmuta y amancilla,
y en las luces de aspecto funerario
que pálidas alumbran la capilla...
Se grita allá que la inocencia muera,
y aquí se alarga la inocente vida...
¡Ah! ¿quién un holocausto no ofreciera
a esta mansión del cielo bendecida?
Mas ¿qué puede a su albergue hospitalario
hoy ofrecer el trovador proscrito,
sino un mísero canto solitario
que firme quede en la memoria escrito?
Vencida por humanos extravíos,
huyó la libertad del patrio suelo,
pero su influencia en los recuerdos míos
le da a mi asilo espiritual consuelo.
Si fuera permitido a mis cantares
alzarse, como el humo del incienso,
cruzando la extensión de abiertos mares,
así dijera en horizonte inmenso:
Aquí te extiendas, libertad sublime,
ostentando tu esencia ilimitada;
más benéfica allá ¿no fuiste, dime,
donde animabas mi feliz morada?
Al contemplar aquí tu poderío
confundida la mente se extasía;
dada en gotas allá, como el rocío,
sediento el corazón de ti bebía.
Aquí estás estupenda, allá, piadosa,
de vencedor y mártir una palma
le diste al trovador: ora ruidosa,
ora en silencio fecundaste su alma.
Ruidosa en esas músicas festivas
con que un pueblo feliz te saludaba,
entre algazaras y solemnes vivas,
que el aire a lo alto con placer llevaba.
Sigilosa después, tras denso velo,
en silencio alargaste amiga mano
y un asilo le diste por consuelo,
al que de muerte persiguió el tirano.
En este asilo el libre pensamiento
en vez de desmayar se enorgullece,
pues si su pluma le arrancó el tormento,
la corona de mártir le enaltece.
Y luego, en variedad, objetos tantos
de un efluvio vital siempre halagüeño,
en la vigilia dan dulces encantos
que reproduce el apacible sueño.
La luz primera que por limpia gasa
o por alta vidriera cristalina,
lánguida y suave a iluminarme pasa
es mi dulce visita matutina.
Ángeles de piedad están guardando
la inútil vida de infeliz proscrito,
del verdugo que está siempre acechando
con siniestra avidez, como a un precito.
En vez de los escarnios y baldones
que del cautivo agravan la amargura,
escucho ya las mágicas canciones
que exhala el pecho de una virgen pura.
Y es el aura sutil de esos acentos
manantial de fecunda inspiración,
pues engendra sublimes sentimientos
agitando el latir del corazón.
Cuando el silencio sigue a la armonía
del inocente canto virginal,
viene, como en atmósfera sombría,
de la patria el recuerdo funeral.
¡Ay! entonces sus trovas de amargura
con plañidos exhala mi laúd,
cual si viera una joven hermosura
opresa en la estrechez de un ataúd.
Mas tiene la vital melancolía
espacios sin confín que recorrer,
ellos muestran fugaz la tiranía
y el hoy campante destructor poder.
Por próximas regiones se encamina,
cual la modesta luz del arrebol,
esa de libertad llama divina
hacia este suelo que fecunda el sol.
Entre tanto ¡oh albergue! la vida
del proscrito fluctuante sostén,
no consientas que vague perdida
de las olas del mundo al vaivén.
Vuelva, virgen, tu acento divino
su balsámico influjo a verter
en el mártir que tienes vecino
procurando su plectro mover.
¡Oh cuán grata en el alma resuena!
¡Cuánto se ama esta vida fugaz,
cuando exhalas tu voz de sirena
de melódica cuerda al compás!
¡Todo entonces, grandioso, esplendente,
nos revela un divino poder,
y el poeta, inclinando la frente,
ama a Dios, la creación, la mujer!