Las hazañas de "Coral"

Con la canana llena de municiones, y el morral atestado de provisiones, la escopeta brillante como unas ascuas, el Coral tan alegre como unas Pascuas, la petaca bien llena de cigarrillos y las manos metidas en los bolsillos, salíme ayer al coto muy de mañana, dispuesto a no dejarme tórtola sana, ni perdiz, ni conejo que no matase, ni codorniz, ni liebre que lo contase. ¡Qué mañanita hacía tan deliciosa! ¡Qué brisa la del monte tan olorosa! ¡Qué aurora tan radiante!, ¡qué algarabía de pájaros cantores la que se oía! Henchía los pulmones un airecillo con aromas de espliegos y de tomillo; flotaban las neblinas en la hondonada, bramaban los becerros en la majada, las alondras corrían por los caminos, las urracas chillaban en los espinos, silbaban los vaqueros, cantaba el cuco y graznaba el imbécil abejaruco. Al salir el sol claro del nuevo día, todo resucitaba, todo reía. Esponjaban sus plumas las tortolillas, desplegaban el moño las abubillas, saltaban los pardillos junto a la fuente, se bañaban los tordos en la corriente, dormitaba el milano sobre el peñasco, el lagarto bullía bajo el carrasco, y metiendo el piquito bajo las alas, se espulgaban las firras y las zorzalas. ¡Vaya una mañanita la tal mañana! ¡Vaya un olor a heno y a mejorana! Mi perro retozaba como un ternero. ¡Es el perro más bruto del mundo entero! "Vamos, Coral —le dije—, basta de bromas y echemos una mano por estas lomas. Si tienes buenos vientos y me obedeces yo te he de dar el premio que te mereces; pero si eres muy loco, si eres muy malo, te daré pocos mimos y mucho palo. Cuando caiga una pieza, vas a buscarla, y la traes en la boca sin destrozarla. No hagas barbaridades sin ton ni fruto, mira que tienes pinta de ser muy bruto, y si me armas alguna por ser violento, te pego una paliza que te reviento." El perro me miraba como un idiota, sin menear siquiera la cabezota; yo seguí mis sermones, mas de repente levantó una pataza tranquilamente, y ante mis propias barbas hizo una cosa poco limpia y muy poco respetuosa. Al empezar la mano, junto al camino, vi posada una alondra sobre un espino; la tiré; cayó muerta y a escape el perro la apresó en sus enormes dientes de hierro. ¡No le duró en la boca medio minuto! ¡Yo no he visto en mi vida perro más bruto! Se tragó el pajarillo más fácilmente que se traga una píldora Pé de la Fuente. Y mientras yo, furioso, le reprendía, me miraba el imbécil y se lamía. "¡Tragaldabas, idiota, —le dije al punto—: si la hazaña repites, te descoyunto! ¡Si vuelves a las mismas hoy mismo mueres! ¡Tragaldabas, idiota! ¡Qué bruto eres!" En el mismo momento de estar hablando una tórtola cerca pasó volando. La tiré como quise, rompíla un ala y cayó redondita como una bala. Lanzóse encima el perro medio aturdido, le llamé quince veces a grito herido y no le dio la gana de respetarme, ni de dejar la tórtola, ni de escucharme. Cuando yo fui corriendo donde él estaba, de la tórtola herida sólo quedaba una pluma de un ala, la cabecita, y dos o tres dedillos de una patita. Y el bárbaro del perro vuelta a mirarme, y hasta alzó las manazas para halagarme. Quise ahogarle allí mismo, mas tuve calma y le dije muy serio: "Coral del alma, como eres tan brutazo, tú habrás creído que has hecho ya dos gracias; ¡pues no, querido! Has hecho dos gansadas de las peores que pueden hacer perros de cazadores. ¡U obedeces a ciegas si yo te miro, o antes de diez minutos te pego un tiro!" Y seguimos cazando tranquilamente por la falda suave de la pendiente. De pronto, salen juntas cuatro perdices, que a poco no se posan en mis narices; apunté a la primera, llamé la llave y cayó como un trapo la pobre ave. El Coral, más ligero que una centella, de cuatro o cinco saltos se echó sobre ella. Yo ya no me entretuve con más llamadas y llegué donde el perro de tres zancadas. ¡Yo no he visto en mi vida perro más bruto! Si llego a entretenerme medio minuto, no tengo ni el consuelo de ver la huella del cuerpo de la hermosa perdiz aquella. ¡Gracias a que el muy bruto se la quería tragar de un par de golpes y no podía! Lo cogí, lleno de ira, de una orejaza, le metí la escopeta por la bocaza, y así pude arrancarle de los dientazos la perdiz destrozada casi en pedazos. Pareciéndome aquello castigo chico, le pegué diez cachetes en el hocico, le puse a las narices la perdiz muerta y le dije indignado: "¡Boca de espuerta! El buen perro no come pieza que cobra. Di: ¿no tienes en casa pan que te sobra? Traga—buches, infame, mal educado, ¿sabes que mis sermones te han reformado? No te mato ahora mismo de un estacazo porque soy menos bruto que tú, brutazo; mas como mi consejo no te aproveche, yo le diré al tío Pincos que te escabeche. Si vivir siempre a gusto conmigo quieres, medita, Coralito, lo bruto que eres, y si es que tu torpeza no tiene cura le encargaré al tío Pincos la sepultura. Vámonos hoy a casa. Yo te perdono y no quiero guardarte rencor ni encono. Solamente hoy te impongo como castigo, contarle tus hazañas a un buen amigo que también tiene un perro tocayo tuyo, solo que tú no llegas a donde el suyo. ¿Quieres saber la causa? Pues te la digo: ¡Es... que tú eres más bruto que el de mi amigo!" Mal educado estaba el gran Coral, pero ya no está mal; está muy mal. Ya no come las piezas que levanta, pero hace algo peor: me las espanta. ¡A este perro cerril no hay quien lo dome! La caza que le mates, se la come, y si piezas de caza no le matas, se dedica a cazar grillos y ratas. Por ver si muda de conducta y traza llevélo ayer a Peñalniño a caza. Peñalniño es un cerro alto, gigante, al cerro de la Cruz muy semejante: pero está más tendido, es más bajito, más abundante en caza y más bonito. ¡Hasta estos pedacitos de la sierra son aquí más bonitos que en tu tierra! Pues, como iba diciendo, fuime al cerro y me llevé los galgos con el perro a ver si este gandul se enmienda algo yendo a mi lado y entre galgo y galgo. ¡Como no lo reviente o lo deslome, a este perro cerril no hay quien lo dome! ¡Y menos mal que ha demostrado, al menos, que tiene vientos, pero vientos buenos! Mas es un bruto que, en oliendo caza, pierde el juicio, el respeto y la cachaza. Cuando entramos ayer en cazadero, cazaba con tal calma y tal salero que me obligó a pensar subiendo al cerro: ¿Si habré sido yo ingrato con el perro? ¿Si al juzgarle me habré yo equivocado y le habré injustamente calumniado? Ese modo de andar, esa cachaza, esas posturas de excelente traza, esa dilatación de las narices que acaso ya ventean las perdices, ese cuello tendido hacia adelante, esa mirada vaga, chispeante, y ese modo de alzar su gran cabeza buscando el viento de la oculta pieza, son indicios, al menos, de que el perro sabe que está cazando en este cerro. Si echa una pieza y se la tiro, y cae, y sabe obedecerme, y me la trae, —¡me acabé de lucir, Coral querido!— tendré que confesar que te he ofendido y que tienes un amo muy ligero, calumniador, injusto y embustero. Así iba yo pensando tristemente cuando el perro se para y, de repente, cerro arriba arrancó como un venablo, ¡como alma de ladrón que lleva el diablo! ¿Serán conejos o serán perdices lo que van venteando sus narices? —¡Coralito —le dije—, espera un poco! ¡Espérame, Coral, y no seas loco! ¡¡Ven aquí, Coralón, no me impacientes!! ¡¡Coralazo, gandul, así revientes!! Y gritando y corriendo tras el perro, por la cuesta más áspera del cerro se me fueron los pies por un peñasco, y de cara caí sobre un carrasco. Sin respirar me levanté ligero, recogí la escopeta y el sombrero y rascándome un poco las narices, de nuevo eché a correr tras las perdices. ¡Todo fue inútil! El gandul del perro, las echó hacia la cúspide del cerro, y viéndolas volar quedé parado con la boca entreabierta y atontado. Además de quedarme sin perdices, pude también quedarme sin narices. Se redujo la cosa a un arañazo, un pequeño chichón y un buen zarpazo; pero, aun librando bien, aquel que quiera saber lo que es caer de esa manera, ¡que se deje rodar por un peñasco y se caiga de cara en un carrasco! El perro regresó triste y arisco y sentóse a la sombra de un torvisco; yo no quise ni hablarle de perdices, ni siquiera enseñarle mis narices, ¡Al que no se hace bueno con sermones, se le obliga a ser bueno a pescozones! Le di media docena de primera, mimé a los galgos para que él lo viera, fumé un cigarrillo, descansé un poquito ¡y adelante otra vez, que es tardecito! Del prado Verdinal, junto a la esquina, en una carrasquera chiquitina, de nuevo el perro se quedó parado y púseme en seguida yo a su lado, dispuesto a fusilar lo que saliera de aquella miserable carrasquera. Yo, por más que miré nada veía, pero el perro la muestra no rompía; y ante fijeza tal y tal postura, me dije para mí: ¡liebre segura! —¡Entra, Coral! —le dije al verle inerte. —¡Entra, Coral! —le repetí más fuerte. —¡Entra, Coral! —grité por vez tercera; y el perro se lanzó a la carrasquera. ¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh triste chasco! En lugar de salir de entre el carrasco una liebre a saltar de mata en mata, salió un lagarto de cabeza chata, lomo verdoso, vivarachos ojos y blanca panza con puntitos rojos. Lo mismo que un ratón que ha visto al gato, salió azarado el bicharraco chato, y el perro se lanzó tras él más listo que el gato hambriento que al ratón ha visto. A cambio de un mordisco en una mano, diole el perro un zarpazo soberano, echóle el diente y el reptil arisco le atizó en el hocico el gran mordisco. Debió ser un mordisco sandunguero porque el perro gruñó muy lastimero, flojó los dientes, escurrióse el bicho y cojo y todo se metió en su nicho. A casita, Coral, que el sol se pone y es posible que el morro se te encone. Te doy mi enhorabuena más cumplida por la dulce caricia recibida, y me alegra en el alma, buen amigo, de ver, tras tu pecado, tu castigo. ¿Confunden todavía tus narices los lagartos con liebres y perdices? Pues aprende, gandul, que esa es tu ciencia; aprende a distinguir; y en penitencia, mientras los dientes del lagarto alabo, ¡te rascas el hocico con el rabo!

Collection: 
1890

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