Nunca mayor quietud se vio en la muerte;
ni frío más glacial que el de esa mano
que tú alargaste al expirar en vano!
y que cayó en las sábanas, inerte!
¡Ah… yo no estaba allí! Mi aciaga suerte,
no quiso que en el trance soberano,
cuando tú entrabas en el hondo arcano,
yo pudiera estrecharte… y retenerte!
Al llegar, me atrajeron tus despojos;
cogí esa mano espiritual y breve
y la junté a mis labios y a mis ojos!…
Y en ella, al ver mi llanto que corría,
pensé que aquella mano, hecha de nieve,
de mi boca al calor… se derretía!