A M...
Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.
Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.
No creas que este mal decrezca y huya:
cada vez menos parco y más despierto
imperará en mi vida y en la tuya
«como reina el león en el desierto».
Los años rodarán en el abismo
sin que recobres la perdida calma.
¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
un cadáver en lo íntimo del alma!
El tiempo no es el médico discreto
que, por medio del fórceps del olvido,
saca del fondo de la entraña el feto
muerto allí como el pájaro en su nido.