I
La joven madre perdió a su hijo,
se ha vuelto loca y está en su lecho,
eleva un brazo, descubre un pecho,
suma las líneas de un enredijo.
El dedo en alto y el ojo fijo,
cuenta las curvas de adorno al techo;
y muestra un rubro pezón, derecho
como un espasmo y ardor de rijo.
En la vidriera cortina rala
tensa y purpúrea cierne curiosa
lumbre, que tiñe su tenue gala.
Y roja lengua cae y se posa,
¡y con delicia teme y resbala
en el erecto botón de rosa!
II
Cerca el marido forma concierto:
ofrece al torpe fulgor del día
desesperada melancolía;
¡y en la cicuta prueba el desierto!
¡Ah! Los olivos del sacro huerto
guardan congoja ligera y pía.
El hombre sufre doble agonía:
¡la esposa insana y el niño muerto!
Y no concibe suerte mas dura,
y con el puño crispado azota
la sien, y plañe su desventura.
Llora en un lampo la dicha rota;
¡y el rayo juega con la tortura
y enciende un iris en cada gota!
III
Así la lira. ¿Qué grave duelo
rima el sollozo y enjoya el luto,
y a la insolencia paga tributo
y en la jactancia procura vuelo?
¿Qué mano digna recama el velo
y la ponzoña del triste fruto,
y al egoísmo del verso bruto
inmola el alma que mira el cielo?
La poesía canta la historia;
y pone, ¿fértil en pompa espuria?,
¡a mal de infierno burla de gloria!
¡Es implacable como una furia,
y pegadiza como una escoria,
e irreverente como una injuria!