Castellana

¿Por qué estás triste, mujer? ¿Pues no te sé yo querer con un amor singular de aquellos que hacen llorar de doloroso placer? Crees que mi amor es menor porque tan hondo se encierra, y es que ignoras que el amor de los hijos de esta tierra no sabe ser hablador. ¿No está tu gozo cumplido viendo desde esta colina un pueblo a tus pies tendido, un sol que ante ti declina y un hombre a tu amor rendido? ¿Te place la patria mía? No en sus hondas soledades busques con vana porfía la estrepitosa alegría de las doradas ciudades. El campo que está a tus pies siempre es tan mudo, tan serio, tan grave, como hoy lo ves. No es mi patria un cementerio, pero un templo sí lo es. Busca en ella soledades, serenas melancolías, profundas tranquilidades, perennes monotonías y castizas realidades. Si tú gozarlas supieras, ahora mismo depusieras tu adusto ceño sombrío. ¿Qué de mi patria quisieras para alegrarte, bien mío? ¿Quieres que vaya a buscar cuarzos blancos al repecho, colorines al linar, nidos de alondra al barbecho y endrinas al espinar? Para que tú te regales, no dejaré una con vida veloz liebre en los eriales, ni esquiva perdiz hundida del cerro en los matorrales, ni conejillo bravío dormido bajo el carrasco, ni mirlo a orillas del río, ni sisón en el peñasco, ni alondras en el baldío. ¿Quieres que hiera en su vuelo a ese milano que el cielo raya con círculos anchos, y de sus garras los ganchos venga a clavar en el suelo, y, atrás, la cabeza echada, las plumas te enseñe y rice de la pechuga alterada, y ante tus pies agonice con la pupila espantada? Si buscas flores sencillas, hay en el valle violetas, y gamarzas amarillas, y estrelladas tijeretas, y olorosas campanillas. Si quieres, rosa temprana, ver los sudores y afanes que cuesta el pan de mañana, ven y verás mis gañanes trajinando en la besana. O vamos a mis sembrados y allí verás emulados de tus labios los carmines, que parecen amasados con pétalos de alvergines. Verás mecerse, aireadas, del mar de la mies las olas, aquí y allá salpicadas de encendidas amapolas y de jaritas moradas. Y mientras gozas del vago rumor de aquel ancho lago de móviles verdes tules, yo una corona te hago de clavelillos azules; y con ella, nueva Ceres, reina serás, si tú quieres, de mis campos y labores, que reina de mis amores ya hace tiempo que lo eres. ¿Sientes ganas de llorar? También las sé yo sufrir cuando me pongo a pensar que Dios te puede llevar y hacerme sin ti vivir. Más... ¡vamos al prado un rato, que en él hay sombra de encinas, murmullos de viento grato y agua fresca de regato rebosante de pamplinas! ¿Quieres que de esa ladera te baje un haz de tomillo, o que salte a esa pradera y te traiga un manojillo de oliente hierba triguera? ¿Lloras? Pues si es de ternura, deja ese llanto correr, que es un riego de dulzura, hijo de la fresca hondura del manantial del placer. Mas si lloras desconsuelos y torturas de los celos, ¡vive Dios, que lloras mal! Testigos me son los cielos de que mi amor es leal. Y si piensas que es menor porque tan hondo se encierra, recuerda que el hondo amor de los hijos de esta tierra no sabe ser hablador. Alégrate, pues, mujer, porque te sé yo querer con querer tan singular, que a veces me hace llorar de doloroso placer...

Collection: 
1890

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