No rinde al proscrito cobarde tristeza
al ir peregrino de hogar en hogar,
pues mira extenderse de Dios la grandeza
por montes, y valles, y el cielo y el mar.
Un punto nos quitan, un punto querido,
que patria llamamos con férvido amor;
mas, presto encontramos que al punto perdido
se sigue en lo inmenso la patria de Dios.
He visto cien montes de formas extrañas;
hollé mil peñascos con tímido pie;
crucé con asombro las rudas montañas
do moran las fieras con regia altivez.
Al fin, por descanso, sentado a esta orilla,
mirando incesantes las aguas pasar,
la mente se eleva, se expande y se humilla
al ver que aun los siglos son soplo fugaz.
Cual vagos enjambres, sagradas memorias
de tiempos remotos se vienen aquí;
sucesos y nombres de viejas historias
en tristes murmurios me da el Telembí.
De patrias antiguas allá de otros mundos
las linfas corrientes vehículo son,
que al nuevo universo recuerdos profundos,
por siempre indelebles le da en tradición.
El Gránico, el Misio y al norte el Sangario,
el áureo Pactolo, el Ermo, el Halís,
a un mundo de guerras, que es hoy solitario,
miraron formarse, crecer y morir.
Y siguen sus aguas las ruinas bañando
y viendo a los siglos, como ellas correr,
y siempre incesantes pasando, pasando,
verán a naciones que están por nacer.
Recuerdo el Éufrates, el Tigris y el Nilo,
con todos sus cuadros de mística unción,
que fueron del pueblo de Dios el asilo
y luego de larga, letal proscripción.
Recuerdo el Sinóis que un tiempo de Troada
las regias ciudades bañaba al pasar,
y ya solitaria su linfa olvidada
hoy pasa lamiendo desierto arenal.
¡Oh, cuántos despojos de patria perdida
arrastra la riada del tiempo veloz!
Un punto es la patria y aún menos la vida;
busquemos en lo alto la patria de Dios.