Cuando la griega juventud volaba al campo de la gloria, y al macedón guerrero arrebataba el sangriento laurel de la victoria: ¿quién a blandir la fulminante lanza robusteció su brazo? En el estrago de feroz matanza ¿quién su pecho alentó, quién, sino el fuego del entusiasmo ardiente que corrió en viva llama por sus venas, cuando escuchó elocuente tronar la voz del orador de Atenas? Tú fuiste, oh santo fuego, tú quien el duro mármol animaba bajo el cincel del inspirado griego; tú quien la trompa de Marón sonaba: en cuanto el mundo a la memoria ofrece de eterno, de elevado, tu creador espíritu aparece; tú ante el funesto vaso envenenado, en el alma de Sócrates brillabas, tú la mano de Apeles dirigías, en la lira de Píndaro sonabas y la lanza de Arístides blandías. Mas ¡oh!, ¿por qué ofuscada a tan remota edad vuela mi mente? La centella sagrada, de la aureola de Dios destello ardiente, que de la antigua Grecia derruida el canto melodioso eternizó y el brazo belicoso, ¿yace entre sus escombros extinguida? No. -Como chispa eléctrica impaciente que, presa en frío pedernal, no pudo brillar, hasta que siente de acerado eslabón el golpe rudo: así en medroso pasmo en tu pecho dormía, juventud española, el entusiasmo; mas cuando el regio acento generoso retumbó por los ámbitos de España, de el Pirene riscoso al confín andaluz que Atlante baña; estalla al fin la mágica centella las almas conmoviendo, y el abatido pueblo se levanta, y en sed de gloria ardiendo, lidia el guerrero y el poeta canta. ¡Todo es ya entusiasmo, todo es vida! Navarra muestra su campaña en sangre de rebeldes teñida; allí guerrera juventud, clamando «¡Cristina y libertad!» En ronco acento, la espada desnudando, la vaina arroja al viento, y al son del himno nacional se lanza con noble bizarría sobre la hueste audaz que el polvo muerde en Luchana, Arlabán, Mendigorría. Aquí los que sintieron su pecho palpitar, en mudo asombro de rodillas cayeron ante la Virgen pura cuyo rostro de cándida hermosura y maternal desvelo reveló al gran Murillo el mismo cielo. Los que el sagrado canto que entonaba León en arpa de oro oyen con tierno llanto, y al Dios del almo coro alzan también el cántico sonoro. O al robusto sonido de la trompa de Herrera, ante sus ojos ven cargadas de bárbaros despojos a las veleras naves españolas victoriosas bogar, cuando Lepanto con turca sangre enrojeció sus olas. Todos en lazo fraternal unidos, digno templo a las artes elevando, preparan ya los himnos merecidos y aprestan los pinceles con que en la edad futura eterna sea la fama de esa hueste generosa que por su reina hermosa y por la santa libertad pelea. Mas ¡oh!, ¿qué nuevo rayo de luz las liras y los lienzos dora, como a los campos del florido mayo el resplandor de la rosada aurora? ¿Me engaña mi deseo? ¡Vedla!... ¡Es ella!... ¡Es Cristina! su presencia divina baña de lumbre el español Liceo. Busca en tu dulce lira cómo pintar su célica hermosura que amor y gloria inspira, si al humano poder por dicha excedes, inspirado poeta: búscalo tú, pintor, si hallarlo puedes en el vario color de tu paleta. Pintadla augusta, hermosa, sobre el excelso trono castellano la frente hollando del rebelde fiero, y con risa bondosa ciñendo de laureles con su mano al pintor, al poeta y al guerrero.
A la Reina gobernadora doña María Cristina de Borbón
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