Hay en la vida lágrimas, Mariano, que la amistad contempla silenciosa, porque enjugarlas intentara en vano. Al que las llora en la reciente losa de un sepulcro do en flor arrebatada la dulce prenda de su amor reposa, no con usados pésames le agrada ver en el llanto que a sus solas vierte la majestad de su dolor turbada. ¿Pues quién, mi caro amigo, de otra suerte antes que yo consuelos te ofreciera? Si heridas que feroz abre la muerte mano mortal cicatrizar pudiera, ¿cuál para ti, cuál otra que la mía más diligente y cariñosa fuera? Contigo me crié: contigo un día en las aulas bebí de San Mateo el fuego de la hermosa poesía. Aún me parece que vagar te veo con precoz gravedad, cuando sonaban las suspiradas horas de recreo, mientras otros, astutos, se burlaban del ayo inexorable, y bulliciosos por el talado jardinillo andaban. Allí vimos brotar los generosos alientos de cien jóvenes, que ahora son en ciencia y valor nombres gloriosos. Allí rayar en su brillante aurora de Espronceda, ¡oh dolor!, el genio ardiente que el soplo de la muerte heló a deshora. Allí León el ánimo valiente apercibía a la inmortal jornada que vio de Huesca la asombrada gente. Allí Pezuela en lira delicada probó la diestra que empuñar debía la épica trompa y la fulmínea espada. Allí Ochoa, de ciencia y poesía apurando el raudal con noble empeño, labraba su futura nombradía. Allí en tono, ora grave, ora risueño, rico de inspiración sonaba el canto de Felipe, el satírico limeño. Allí otros mil... -¡Oh fugitivo encanto! ¡Oh sonrisa primera de la vida! ¡Recuerdo de placer, que arranca llanto! ¿Y qué, Mariano, la ilusión perdida de la edad infantil, en noche obscura nos dejó acaso el alma sumergida? ¿No hay ya un rayo de luz serena y pura? ¿Es este mundo una región de duelo, de desesperación y de amargura? ¡No, no es verdad! -Del nebuloso cielo, del negro septentrión esa herejía vino en traje francés a nuestro suelo. ¡Todos pecamos! -Yo también un día, gimiendo adrede, por seguir la usanza, vime arrastrado en la común manía a esa espelunca do a leer se alcanza sobre la puerta con azufre escrito: «¡Ay! Dejad, los que entráis, toda esperanza.» Allí en verso trotón y a voz en grito lloraba su vejez anticipada un melenudo imberbe mancebito. Otro de la romántica pleyada, que tres lustros de edad mostraba apenas al blando arrullo de niñez mimada, lloraba desengaños a docenas de esta imperfecta sociedad que al hombre ata, al nacer, con grillos y cadenas. Y porque más su desventura asombre, quejábase también de estar minado de una secreta enfermedad sin nombre. ¡Era un vivir aquel desesperado! Sólo se oía en recia taravilla: ¡Maldición! por un lado y otro lado. Por fin de aquella fiera pesadilla conseguí despertar con trasudores a las voces de Lista y Hermosilla. Y al contemplar de nuevo los albores del sol que en torno a mí la densa bruma disipaba con vivos resplandores, dije: ¡Gracias a Dios! -Pues ni me abruma la sociedad, ni anillo con veneno llevo, ni tengo mal que me consuma; ni he sido de fortuna tan ajeno que un fiel amigo, una mujer constante no hallase alguna vez; yo no soy bueno para tanto gemir. -Extravagante empeño es sepultarse de por vida en el infierno bárbaro del Dante y no vagar, con alma embebecida en trinos de aves y en olor de rosas, por los jardines mágicos de Armida. Mis ojos otra vez a las hermosas regiones se alzan del sereno polo a buscar sus deidades fabulosas; que yo la lira del crinado Apolo, que invoqué tantas veces, al ruido de las doradas ondas del Pactolo, no he de trocar por el feroz graznido del repugnante pájaro que viene del hedor de las tumbas atraído; y prefiero las aguas de Hipocrene a esas lagunas cenagosas, donde blanca fantasma su morada tiene, y al que pide favor sólo responde con un ósculo hediondo y un acero que entre los pliegues de su manto esconde. Álcese Byron de su numen fiero en las alas flamígeras, y escoga a su espíritu audaz nuevo sendero. Tímido el mío a tanto no se arroja, y me conduce por la usada huella que en dulce resplandor bañó Rioja. ¿Tan escasa de luz brilló la estrella de las clásicas musas? Si el auxilio invocaba Boscán de Erato bella, ¿no deleitaba en pastoril idilio? ¿Tan mal la trompa de Caliope suena en los cantos de Homero y de Virgilio? Y tú, Mariano, que en la amarga pena a que el humano esfuerzo no resiste derramas de tus ojos larga vena; si algún consuelo a tu dolor existe, sólo en las musas le hallarás acaso: sí, que también para el que llora triste tiene lágrimas dulces el Parnaso: las que en el lamentar de dos pastores vertió sin duelo el tierno Garcilaso. Y ya que el golpe irreparable llores, corra al son de la cítara tu llanto; que del que viertas tú nacerán flores. Ven, y hallarás el bálsamo que un tanto alivie tu mortal melancolía en la antigua amistad y en el encanto de la consoladora poesía.
A don Mariano Roca de Togores
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