¡Oh! Cuán puro y sereno despunta el Sol en el dichoso día que te miró nacer, ¡Esposa mía! Heme de amor y de ventura lleno. Puerto de las borrascas de mi vida, objeto de mi amor y mi tesoro, con qué afectuosa devoción te adoro, ¡y te consagro mi alma enternecida! Si la inquietud ansiosa me atormenta, al mirarte recobro gozo, serenidad, luz y ventura; y en apacibles lazos feliz olvido en tus amantes brazos de mi poder funesto la amargura. Tú eres mi ángel de consuelo y tu celestial mirada tiene en mi alma enajenada inexplicable poder. Como el Iris en el cielo la fiera tormenta calma tus ojos bellos del alma disipan el padecer. Y ¿cómo no lo hicieron cuando en sus rayos lánguidos respiran inocencia y amor? Quieran los cielos que tu día feliz siempre nos luzca de ventura y de paz, y nunca turben nuestra plácida unión los torpes celos. Esposa la más fiel y más querida, siempre nos amaremos, y uno en otro apoyado, pasaremos el áspero desierto de la vida. Nos amaremos, esposa, mientras nuestro pecho aliente pasará la edad ardiente, sin que pase nuestro amor. Y si el infortunio vuelve con su copa de amargura, y en mí cargue su furor.
A mi esposa en sus días
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Templad mi lira, dádmela, que siento |