Desciende, del sagrado monte, Calíope santa, y las loores de Batilo me inspira; dí cuál fuera de los brazos de Baco y los amores por Temis arrancado; cuál la Diosa severa blandir le enseña la amenazadora espada del delito vengadora. La espada que tajante en tu mano, Batilo, al poderoso opresor amenaza herida y muerte. Ya pálido el malvado poderoso vacilar su constante potencia de tu fuerte brazo impelida mira, y ya caído asombro es del tirano aborrecido. Temis torna a la tierra y en Celtiberia pone su morada; por ti, justo Batilo, desde el cielo a los mortales otra vez bajada; la codicia, la guerra sangrienta, ya del suelo celtíbero huyen lejos, y vencidos al cielo alzan los monstruos sus bramidos. Otro tiempo el Tonante sus rayos encendidos fulminaba contra el tirano duro y ambicioso; su fuego abrasador aniquilaba las puertas de diamante, y el déspota orgulloso mientras fiado en la lealtad dormía de sus guardas, con ellos junto ardía. Tal el desapiadado Lycaón, y tal el suegro de Linceo sufren pena y tormentos inmortales; que no borran del pálido Leteo las aguas el pecado, ni se acaban los males, antes Alecto del azote armada cruda castiga la nación malvada. Mas ora el inocente opaco bosque, y la floresta amena de Júpiter airado los rigores siente, y burla el perverso de la pena debida a sus horrores, y el cielo le consiente; Huyamos ¡ay! las tierras habitadas de iniquidad y vicios infectadas.
A Meléndez Valdés
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