Madrigal

Los brazos de Damón y Galatea
nueva Troya, torciéndose, formaban
(que yo lo vi, viniendo de la aldea);
sus bocas se abrazaban
y las lenguas trocaban.
En besos a las tórtolas vencían;
las palabras y aliento se bebían
y en suspiros las almas retozaban.
Mas él, estremeciéndose, decía:
“¡Ay, muero, vida mía!”
Y ella, vueltos los ojos, le mostraba
en su color lo mesmo que le daba.
Fue tan dulce este trance y de tal suerte
que quiso parte del la misma Muerte,
pues quedando sin fuerza y sin aliento,
entrambos despidieron el contento.
Y las niñas hermosas,
que, al fin, de vergonzosas se escondieron,
ya tristes, de envidiosas,
a los divinos ojos se volvieron,
dando armas a Damón con que venciese
al arrepentimiento, si viniese.

(Poema número 413 de la edición de J. M. Blecua.)

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