Pues, señor, el otro día vino un tío a visitarme y sigue con la manía de venir a marearme. Con su charla singular la sangre misma me enciende; charla y charla sin cesar, ¡pero cualquiera lo entiende!... Tiene él un prado inmediato a una linda huerta mía, y ayer fui a su casa un rato a ver si me lo vendía. "Tío Fabián, vamos a ver —le dije con claridad—: ¿usted me quiere vender el prado de la hermandad?" "Si lo vende, hago una puerta para mi huerta lindante, mas si usted quiere mi huerta, yo se la vendo al instante." El tío Fabián sonrió, con aire ufano y sencillo; después tosió, se rascó y escupió por el colmillo. Y echando al fuego unos palos, me contestó el tío Fabián: "que los tiempos andan malos...; que patatín..., que patatán...". "Deje esa palabrería y piense bien la cuestión: ¿quiere usted la huerta mía? La vendo sin dilación. "Las dos fincas valen poco, más pudiéndolas juntar, resulta, o yo me equivoco, una finca regular." Y con palabra calmosa el tío Fabián se resuelve a decir: "Que esa es la cosa, que torna..., que vuelve..." "Dígame usted sin rodeos cuáles son sus intenciones y cuáles son sus deseos, proyectos y aspiraciones. "Claridad pretendo yo y usted en divagar se empeña; ¡pero dígame sí o no como Cristo nos enseña?" Y el tío Fabián sin piedad, de mis casillas me saca diciendo que es la verdad..., "que toma..., que daca..." "¡Ay tío Fabián, concretemos, y entendámonos, por Dios, o locos nos volveremos de esta manera los dos!" "En forma clara y abierta la cuestión le he planteado: o me vende usted el prado o me compra usted la huerta." "Y si nada ha de querer, dígame sin vacilar que no quiere usted vender y no quiere usted comprar." Pues tras estos alegatos diciéndome el hombre sale, que donde hay hombres, hay tratos..., "que zumba... que dale". "Si eso está bien, tío Fabián; mas es charlar tontamente, y yo no sé a qué ese afán de salir por la tangente. "Yo me traigo mis cuartitos si es que el prado he de comprar, y nombrando dos peritos que lo vayan a tasar." Pero el tío Fabián me ataja diciendo con gran trabajo que su prado es una alhaja..., "que arriba... que abajo...". "Yo pagaré lo que valga si el prado tan bueno es; pero, por Dios, no me salga con otra tecla después. "Eso del valor del prado los peritos lo dirán y es asunto terminado; ¿comprende usted, tío Fabián?" Y el tío Fabián no comprende y dice que velaí... que la gente así se entiende... "que por aquí... que por allí...". "¡Cuidado que es pesadez!; tío Fabián, tengo que irme; dígame usted de una vez lo que tenga que decirme. "Usted está en las Batuecas, pero a ver si ahora me entiende; contésteme usted a secas: ¿vende el prado o no lo vende?" Y contesta el muy pesado que hogaño ha criao en el prado la miaja e ganao y el potro..., "que por este lado..., que por el otro..." Pero ¿usted no puede hablar de forma más apropiada? ¡si eso es charlar por charlar, y charlar sin decir nada!... "No hay más tiempo que perder: el prado lo compro yo. ¿Me lo quiere usted vender? ¿Qué dice usted: sí o no?" Y el hombre dice que el prao se lo compró él a un sobrino...; que fue medio regalao..., que si fue..., que si vino..." "Tío Fabián, me voy a ir, y perdone si le ofendo, pero no puedo sufrir esa charla que no entiendo." "Quedamos en eso, ¿eh? ¿Me venderá usted el prado? ¿No es eso? ¿Qué dice usted?" Y al verse el hombre acosado, me dice con mucha flema que se lo dirá a la tía... y que esa es la su sistema..., "que ya vería..., que ya vería..."
Los dichos del tío Fabián
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