En el rostro anguloso de fiero perfil duro
se enseñorea el aire de su adusta mirada;
parece que viniera de una tierra ignorada,
habla un idioma extraño, sordo, lento y oscuro.
La cabeza inclinada en la cóncava mano,
el cuerpo agazapado en un gesto felino,
sus ojos son los ojos siniestros del Destino
y su boca la puerta de un insondable arcano.
Cuando el mar en las tardes su furor agiganta,
la ignota en un impulso violento se levanta
y las rojas quimeras del crepúsculo mira.
Pasa sobre la nave graznando una gaviota,
epilépticamente la dura hélice gira
y en la estela agitada la blanca espuma flota…