Silenciosa y eternamente va a nuestro lado,
con paso sin rumor, enigmático y ledo,
grávido de misterios el rostro enmascarado,
seguido del horror, la tiniebla y el miedo.
Pasan las horas dulces en cortejo rosado,
y sonríen. Yo intento sonreír... y no puedo,
porque, al saberme siempre por ella acompañado,
como quien ve un abismo súbitamente quedo.
Cuando pueblan la estancia las horribles visiones
que hace la neurastenia surgir en los rincones,
entre los cortinajes de azul desconocido,
¡ay, apagad las luces y velad los espejos!
Temo ver en sus lunas de borrosos reflejos,
junto a la Enmascarada, mi faz de aparecido.