I
¡Qué hermosos brillan los campos
de mi Cuba idolatrada,
coronados de rocío
y mecidos por las auras,
cuando la luna ilumina
allá por la madrugada!
Alegres los estancieros
dejan sus pobres hamacas:
el uno el terreno siembra
de plátanos y de caña,
el otro a sus mansos bueyes
unce coyunda pesada,
y el sitiero enamorado,
lleno de amorosas ansias,
con melancólico acento
así a su sitiera llama:
"La luna está como el día
y yo velando a tu puerta:
despierta, mi amor, despierta,
ven, acude a mi agonía.
Salta del lecho, María,
que la luz brillante baña
desde la erguida montaña
a la callada laguna:
espléndida va la luna,
y el astro que la acompaña"
II
Y en tanto que al son del tiple
de pie junto a su ventana,
el venturoso sitiero
despierta así a su adorada,
otra va por el camino
sobre un potro de crin blanca,
ojo vivo, casco duro,
y dobles y llenas ancas.
Él también su canto entona,
que el sitiero que no canta,
que no siente, ni se inspira,
no es hijo de estas comarcas.
Mira la luna, y doliente
un hondo suspiro exhala,
al recordar que es su gloria
un corazón que lo engaña.
Y tras el hondo suspiro
quejumbrosa voz levanta;
y así revela su agravio
en canción apasionada:
"Pálida luna que un día
en amoroso desmayo,
alumbraste con tu rayo
la frente que yo quería.
Aquella sitiera mía
me inmola con dura saña...
¡Pérfida, mi nombre empaña!
¡Ella, toda mi fortuna!
¡Qué triste brilla la luna,
y el astro que la acompaña!"
III
¡Oh, qué magnífica escena!
¡Qué seductor panorama!
¡Cómo reluce en las hojas
la luna de madrugada!
Sobre los verdes guayabos
tiende el perico las alas,
que parecen con la luna
abanicos de esmeralda;
de revoltosos totíes
las negras plumas resaltan,
como ramas de azabache
sobre los mangos y jaguas.
En el cafetal vecino
por todas las guardarrayas
del africano guardiero
suena la rústica flauta;
tenor campestre el sinsonte
sus trinos de amor ensaya;
seduce con blando arrullo
la tórtola enamorada;
atados a sus cadenas
rabiosos los canes ladran;
el grillo chilla, el cordero
con tímido acento bala;
en el árbol duerme el ave,
en el bosque el toro brama,
y en el batey canta el gallo
precursor que anuncia el alba.
Mas yo dejando la tierra
busco del cielo las galas,
y entre sus blancos celajes
la luna de madrugada.
No hay duda que es este cielo
aún más bello que el de Italia,
pero si fuese tan triste
como es el de la Bretaña,
lo quisiera por ser mío,
por ser el de mis hermanas,
por ser el mismo que un tiempo
con mi madre contemplaba.
Aquí ardió en mi fantasía
del primer amor la llama,
y con lirios olorosos
ceñí la sien de mi amada.
Bajo este cielo se mecen
estas ceibas, esas palmas
que me dieron sombra amiga
allá en mi risueña infancia.
Bajo este cielo he crecido
en mis selvas y cañadas,
y va en mi sangre, en mis venas,
y clavando en mis entrañas.
En fin sabed que lo adoro
con todo el fuego del alma,
porque no hay cielo en el mundo
como el cielo de la patria.