En aqueste pacífico retiro, lejos del mundo y su tumulto insano doliente vaga tu sensible amigo. Tú sabes mis tormentos, y conoces a la mujer infiel... ¡Oh! si del alma su bella imagen alejar pudiese, ¡cuál fuera yo feliz! ¡cómo tranquilo de amistad en el seno gozara paz y plácida ventura, de todo mal y pesadumbre ajeno! ¡Amor ciego y fatal!... Ahora la tierra encanta con su fresca lozanía. por detrás de los montes enviscados el almo sol en el sereno cielo de azul, púrpura y oro arrebolado, se alza con majestad: brilla su frente. y la montaña, el bosque, el caserío, relucen a la vez... Salud, ¡oh padre del ser y del amor y de la vida! ¿Quién al mirar a ti no siente el alma llena de inspiración?... ¡Salve! ¡Tu carro lanza veloz por la celeste esfera, y vida, fuerza y juventud lozana vierta en el mundo tu inmortal carrera! vuela, y muestra glorioso al universo el almo Dios, que en tu fulgor velado, sin principio ni fin... ¿Por qué mi frente doblase mustia, y en mi rostro corre esta lágrima ardiente? ¿Quién ha helado el entusiasmo espléndido y sublime, que a gozar y admirar me arrebataba? ¿Qué me importa ¡infeliz! el universo, si me olvida la infiel? ¡Ay! en la noche veré la tierra en esplendor bañada, al vislumbrar de la fulgente luna, y no seré feliz: no embebecida el alma sentiré, cual otro tiempo, en mil cavilaciones deliciosas de ventura y amor: hoy afligido solamente diré: «No mi adorada en tal contemplación embelesada a mí dirigirá sus pensamientos». De aquestas cañas a la blanda sombra recuerdo triste mi placer pasado, y me siento morir: lánguidamente grabo en el tronco de la tersa caña de Lesbia el nombre, y en delirio insano gimo, y le cubren mis ardientes besos. Su mano, ¡ay Dios! la mano que amorosa mil y mil veces halagó la mía, hundió el puñal en mi confiado pecho con torpe engaño y con mudanza impía. Heme juguete de la suerte fiera, de una pasión tirana subyugado, abatido, infeliz, desesperado, el triste espectro de lo que antes era. ¡Oh pérfida mujer! ¡Cómo pagaste el afecto más fino! Bajo rostro tan cándido y divino ¿tan falso corazón pudo velarse? Tú, mi loca pasión ¡ay! halagabas, y feliz te dijiste en mis amores. Aunque el hado tirano en mi alma tierna y pura verter quisiese cáliz de amargura, ¿Le debiste ¡infeliz! prestar tu mano? Cuando el fatal prestigio con que ahora la juventud y la beldad te cercan haya la parca atroz desvanecido, para salvar tu nombre del olvido el triste amor de tu infeliz poeta será el único timbre de tu gloria. la mitad del laurel que orne mi tumba entonces obtendrás; y de tus gracias y de tu ingratitud y mi tormento prolongará mi canto la memoria. ¡Hermosura fatal! tu disipaste la brillante ilusión que me ocultaba la corrupción universal del mundo, y la vida y los hombres a mis ojos presentaste cual son. ¿Dónde volaron tanto y tanto placer? ¿Cómo pudiste así olvidarte de tu amor primero? ¡Si así olvidase yo!... Mas ¡ay! el alma que fina te adoró, falsa, te adora. No vengativo anhelaré que el cielo te condene al dolor: sé tan dichosa cual yo soy infeliz: mas no mi oído hiera jamás el nombre aborrecido de mi rival, ni de tu voz el eco torne a rasgar la ensangrentada herida de aqueste corazón: no a mirar vuelva tu celeste ademán, ni aquellos ojos, ni aquellos labios do letal ponzoña ciego bebí... ¡Jamás! —Y tú en secreto un suspiro a lo menos me consagra, un recuerdo... ¡Ah cruel! No te maldigo, y mi mayor anhelo es elevarte con mi canto al cielo, y un eterno laurel partir contigo.
La inconstancia
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