Lejos, bastante lejos, del pueblo mío, encerrado en un monte triste y sombrío, hay un valle tan lindo que no hay quien halle un valle tan ameno como aquel valle. Entre sus arboledas, por la espesura solitaria y tranquila, corre y murmura una fuente tranquilina y bullanguera, a que dieron por nombre Fuente Vaquera. Está tan escondida bajo el follaje, guarda tanto sus aguas entre el ramaje, que cuando por el valle va murmurando toda clase de hierbas va salpicando. Unas veces sonríe dulce y sonora, y otras veces parece que gime y llora, y siempre de sus aguas el dulce juego arrullando, produce grato sosiego. Allí pasan las horas en dulce calma, allí meditar puede tranquila el alma, y todo son consuelos para el que llora al pie de aquella fuente fresca y sonora. ¡Todo es allí sosiego, calma, tristeza! Las auras, que suspiran en la maleza... Los pájaros, que cantan en la espesura... El agua, que en el valle corre y murmura... Los arrullos del viento, gratos y mansos... Los juncos que vegetan, en los remansos... Los claros resplandores del sol naciente, que asoma entre vapores por el Oriente... Las tórtolas que arrullan con armonía, convidando a una dulce melancolía... ¡Todo, en fin, allí aleja presentimientos, trayendo a la memoria mil pensamientos, y adormeciendo el alma con impresiones que convidan a dulces meditaciones!... Tal es Fuente Vaquera, la hermosa fuente que murmura en el valle tan sonriente, que en su margen tranquila cantan amores tórtolas, colorines y ruiseñores. Una hermosa mañana de junio ardiente salió el sol como nunca de refulgente, y pájaros y flores con alegría la bienvenida daban al nuevo día. Elevábase el astro con gran sosiego, esparciendo sus rayos de luz de fuego sobre el fresco rocío de la mañana, que formaba en los valles mantos de grana. Sacuden las ovejas sus cencerrillos, y en el prado retozan los corderillos, que del rústico valle sobre la hierba forman jugueteando linda caterva. Al cielo sube el humo de los hogares, los gallos ya despiertan con sus cantares, y sacude la hermosa Naturaleza el tranquilo letargo de su pereza. * * * Dejé el mullido lecho con alegría, cuando apenas rayaba la luz del día; carguéme diligente con la escopeta, y como siempre ha sido medio poeta, al nacer del gran Febo la luz primera, ya estaba yo en la hermosa Fuente Vaquera... Fuente en cuyas orillas cantan amores tórtolas, colorines y ruiseñores. Ocultéme en la margen con el follaje, y viendo las delicias de aquel paisaje, esperé silencioso bajo la fronda, viendo correr las aguas onda tras onda... * * * Siguió el sol elevándose resplandeciente, y era ya tan molesta su luz ardiente, que, a medida que el astro más se elevaba, todo se iba durmiendo, todo callaba. Se inclinan en su tallo todas las flores, rendidas por los rayos abrasadores, y las aves se esconden en las encinas que a la tranquila fuente crecen vecinas. Sólo se escucha a veces, del fresco viento, las ráfagas que lanza, sonoro y lento... El agua, que su curso nunca suspende... El rumor de una hoja... que se desprende... El pïar apagado de alguna alondra, que entre las verdes matas busca una sombra..., y los ecos lejanos de los zumbidos de insectos, que en los aires vagan perdidos... Lejos de la apacible Fuente Vaquera, que corre por el valle tan placentera, existe un solitario y oscuro monte, que encierra los confines del horizonte. Al compás de las auras, lenta se inclina altiva, corpulenta y añosa encina, y entre sus verdes ramas aprisionado tiene una tortolilla su nido amado. En él está arrullando, dulce y sonora, a los amantes hijos a quien adora, gozando en su coloquio de las delicias que sus hijos le endulzan con sus caricias. El calor la atormenta, la sed la abrasa, y dejando con pena su pobre casa, les dio con un arrullo la despedida a los hijos queridos que eran su vida; batió sus puras alas tendió su vuelo cruzó por los espacios del ancho cielo, y pensando en sus hijos, se fue ligera a beber a la clara Fuente Vaquera. ¡Ay! ¡Dónde irá esa madre tierna y sencilla!... ¡Dónde irá tan ligera la tortolilla, mirando a todas partes, amedrentada, al verse sola y lejos de su morada!... ¿Por qué deja sus hijos abandonados, y ella, cruzando espacios tan dilatados, va surcando los aires rápidamente a beber en las aguas de aquella fuente?... ¡Pobre madre, si, ansiosa, vuelve a su nido y sus amantes hijos ya se han perdido!... ¡Pobres hijos, si, a causa de abandonarlos, no volviera su madre nunca a arrullarlos!... Por el verde follaje casi cubierto, yo, casi más que un vivo, parezco un muerto, y mudo y silencioso presto mi oído al eco que produce cualquiera ruido. Al columpiar las hojas el viento blando, pájaros me parecen que van volando, y con mi diestra mano nerviosa, inquieta, alzo la curva llave de la escopeta. Sobre la verde copa de vieja encina, que cubre aquella fuente tan cristalina, una tórtola hermosa paró su vuelo, mirando la corriente del arroyuelo. Lanza su blando pecho tiernos arrullos, que no imita la fuente con sus murmullos, y a los lados humilde mira asustada, débil, inquieta, esquiva y amedrentada. Tendió después su vuelo pausadamente, y al llegar a la orilla de la corriente, sobre la verde alfombra lenta se posa, débil y acobardada, triste y medrosa. Dirige luego el paso tímidamente hasta tocar la margen de la corriente, donde, el agua fingiendo cuadros de plata, le recoge su imagen y la retrata. Yo, silencioso, en tanto que la espiaba, mi artística escopeta ya preparaba, y ocasión esperando, cual diestro espía, afiné cuanto quise la puntería. Disparé... ¡Sonó el tiro ronco, tremendo!... El arroyuelo manso siguió corriendo. El viento entre las hojas siguió sonando con un eco apacible, sonoro y blando... ¡Y vi la tortolilla, que ya sufría las tristes convulsiones de la agonía!... Cogí tan apreciado tierno despojo; su hermoso pecho estaba de sangre rojo, rojas las aguas puras del arroyuelo, que corrían llorando con triste duelo, y mis ardientes manos también manchadas de sangre, enrojecidas y salpicadas. Con ellas oprimía su pecho blando: sus latidos se iban amortiguando, y cerraba sus ojos pausadamente, su cabeza inclinando lánguidamente... Yo vi en sus turbios ojos el sentimiento y las fieras angustias de su tormento, porque del nido lejos agonizaba y a sus pobres hijuelos solos dejaba. Conocí en sus miradas bien claramente esa inquieta agonía del inocente, que sufre los rigores de su destino muriendo por las manos de un asesino. Aquella pobre madre casi expirante era la madre tierna, la madre amante, que a sus hijos no pudo darles en vida una lágrima dulce de despedida. Y aquella tierna madre, cuando sufría la convulsión postrera de la agonía, me dijo con sus ojos casi nublados que dejaba dos hijos abandonados. Yo comprendí lo injusto de aquella muerte; mas la víctima estaba fría e inerte... y una lágrima amarga por mi mejilla rodó, cuando vi muerta la tortolilla. Desde entonces no quiero que un inocente de alguna injusta muerte se me lamente, y diga con sus ojos casi nublados que deja sus hijuelos abandonados. Y en vez de estar cazando la tarde entera junto a la cristalina Fuente Vaquera, voy a ver cómo en ella cantan amores tórtolas, colorines y ruiseñores, y cómo de aquel monte sobre las lomas arrullan solitarias blancas palomas.
La fuente vaquera
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